lunes, 17 de mayo de 2010

Día duro, de Antonio Dal Masetto

A las 10.20 del sábado la adolescente se despierta, se coloca boca arriba en la cama y se queda mirando el cielo raso sin moverse durante media hora.

A las 10.50 se levanta y enciende el televisor. Cambia de canal, vuelve a cambiar, se queda unos minutos en un programa de dibujos animados, apaga.

A las 11.05 sale de su habitación, lee una nota que le dejaron sobre la mesa del living, murmura:

- Ufa.

A las 11.20 levanta el tubo del teléfono para comprobar si tiene tono.

A las 11.35 se prepara un té. Lo toma mirando por la ventana, mientras con el dedo escribe varias veces su nombre en el vidrio empañado.

A las 12.05 empieza a ordenar su habitación pero enseguida abandona.

A las 12.30 se para en medio del living y, en voz alta, declara:

- Estoy aburrida.


A las 12.35 se sienta en un sillón con una pila de revistas sobre las rodillas, las hojea rápido y las va tirando al piso.

A las 12.45 deja el sillón, va a la cocina, abre la heladera, pellizca un poco de tarta y toma un trago de leche directamente de la botella.

A las 12.50 repite:

- Estoy aburrida.

A las 13 enciende el televisor.

A las 13.05 apaga el televisor, enciende la radio y sintoniza un programa de rock.

A las 13.20 se para delante del espejo, se mira largo y dice:

- Estoy fea.

A las 13.30 toma una hoja en blanco, una lapicera, se sienta a la mesa y escribe un poema que titula “Aunque nadie me entienda”.

A las 14.10 regresa al espejo, se estudia con cuidado y dice:

- Estoy gorda.

A las 14.20 hace flexiones.

A las 14.25 revuelve en un cajón, encuentra un atado de cigarrillos empezado, prende uno, pega un par de pitadas, tose, apaga el cigarrillo.

A las 14.30 suspira con fuerza:

- Ufa.

A las 14.50 abre una ventana, cierra los ojos y se promete solemnemente que nunca nunca nunca más en la vida esto y nunca nunca nunca más en la vida aquello.

A las 15.10 va al teléfono para verificar si sigue teniendo tono.

A las 15.25 enciende el televisor.

A las 15.30 apaga el televisor.

A las 15.40 llama a una amiga. Se cuentan lo que cada una hizo el día anterior, hablan de conocidos comunes. La lengua del adolescente se va poniendo filosa y son varios los nombres femeninos y masculinos que caen bajo sus dardos.

A las 16.20 termina la charla. De nuevo la adolescente empieza a ordenar su habitación.

A las 16.30 interrumpe la tarea y se sienta a escribir otro poema. Titulo: “Algún día lo sabrás y será tarde”.

A las 17.10 suspira y murmura:

- Así es el mundo.

A las 17.25 se para delante del teléfono, lo mira unos minutos, comienza a marcar muy despacio y cuelga sin completar el número.

A las 17.35 abre un armario, saca una caja que contiene fotos, las desparrama sobre la cama y se recuesta a mirarlas.

A las 17.40 rompe una foto en pedazos muy pequeños y guarda las demás.

A las 17.50 vuelve a sentarse a la mesa con una hoja de papel en blanco. Piensa, muerde la lapicera. No le sale. Suelta un gran suspiro, la hoja se desplaza y cae al piso.

A las 18.10 suena el teléfono. La adolescente corre a atender y en el camino voltea una silla. Antes de levantar el tubo se contiene, hace una pausa, respira hondo y cuando dice hola su voz suena indiferente y un poco misteriosa. Mantiene un diálogo en el que sólo emite afirmaciones y negativas. Sí, no, bueno, está bien, no, sí.

A las 18.25 interrumpe el diálogo:

- Estoy con gente, llamame en quince minutos.

A las 18.45 llaman: la adolescente deja que el teléfono suene media docena de veces. Atiende. Desde el otro lado reanudan el interrogatorio y ella contesta con la misma apatía. Sí, no. No, sí. Después, poco a poco, se vuelve locuaz. El tono de sus respuestas se endurece y se ablanda. Va y viene. Aunque nunca se inclina demasiado ni para un lado ni para el otro, y resulta evidente que la adolescente está regulando con cuidado su estrategia para poder seguir manejándose desde una posición de fuerza.

A las 19.10 como quien otorga un favor, acepta concurrir a una cita dentro de media hora.

A las 19.15 cuelga, levanta los brazos, suelta un gritito y baila alrededor de la mesa.

A las 19.20 corre a cambiarse de ropa y hay gran ruido de cajones que se abren y se cierran.

A las 19.35 se mete en el baño, se peina, se pinta los ojos y canta en voz baja.

A las 19.50 se pone la campera y se prepara para salir. Llega hasta la puerta, pega media vuelta, se para delante del espejo, se mira de frente, se mira de perfil derecho, se mira de perfil izquierdo, nuevamente de frente. Dice:

- Qué linda que soy.

Se va.

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