viernes, 5 de marzo de 2010

El criminal, de Joe Gores


Todo comenzó con un informe de rutina acerca de una falla en un transmisor personal. No son habituales, pero estas piezas a veces se desgastan. Cuando aparece una falla así en el circuito miniaturizado del transmisor subcutáneo de algún ciudadano, el monitor de la com­putadora informa acerca de la pérdida de contacto y se pone en mar­cha un procedimiento de seguridad. Yo me comuniqué con el sar­gento 1418; un momento después su imagen aparecía en mi pantalla. 

—Haciendo contacto por el informe número 31 acerca de falla en un transmisor. ¿Tiene ya la cinta personal del sospechoso? 

—Estaba a punto de transmitírsela a usted, señor controlador. 

El segmento estadístico de una cinta personal apareció en la pan­talla. El sospechoso era repulsivamente fornido, de cabello y ojos os­curos, cara cuadrada y cuello ancho y feo. Peso, 85 kilos; altura, 1, 87 metros; nombre 36/204/GS/8219. Un ciudadano del estado 36, de la ciudad 204, empleado en el Centro de Comunicaciones. 

—¿Cuál es el puesto del individuo en el Centro de Comunica­ciones, sargento? 

El sargento tenía una expresión preocupada. 

—Ah... señor controlador; él... ah... está en el área Artefactos, señor. 

—¿Artefactos? ¿Trabajaba en Audiovisual, 1418, o estaba...? 

—Negativo, señor controlador. Estaba en... índices de Material de Lectura, señor. 

—¿Tenía acceso a las cintas de almacenamiento de libros? 

—Afirmativo, señor controlador. 

—¿El individuo 8219 había sido advertido de que tenía una hora para presentarse en un centro médico para el reemplazo de su trans­misor? 

—Nosotros... negativo, señor. El individuo 8219 no se presentó a su lugar de trabajo hoy, señor controlador. 

El asunto se tornaba rápidamente muy serio. 

—¿Avisó si estaba enfermo, 1418? 

—Negativo, señor controlador. Enviamos un helitransportador a su unidad habitacional, pero el informe de ellos también fue nega­tivo. 

Las palmas de mi mano de repente estaban mojadas. ¡Estamos fuera de contacto con el ciudadano 8219! Una falla en un transmisor personal era una cosa, sólo un descuido o un error; pero una inte­rrupción deliberada en el contacto era una felonía porque podría implicar muy probablemente Desviación de la Norma. 

—Órdenes en dos minutos —exclamé con voz crispada. 

Puse la pantalla en blanco y, bañado en sudor, apreté la combi­nación de teclas de la computadora para consultar los manuales so­bre qué medidas había que tomar. Mientras esperaba, traté de calcu­lar mi nivel de ansiedad y tomé la dosis de tranquilizante psicotrópico recomendada por el manual en caso de tal grado de agitación ner­viosa. Las microcintas fueron cargadas en mi audioescáner; mien­tras las instrucciones crujían en mis auriculares, reactivé la pantalla de telecomunicación y las envié al sargento 1418. 

—Acordonen la unidad de vivienda del sospechoso inmediata­mente, pero retrasen la requisa de sus instalaciones individuales hasta que yo llegue. Detengan e incomuniquen a todos los residentes que estén allí, detengan a todos los otros en los lugares de trabajo e ini­cien un Plan de Acción Amarillo: intensiva búsqueda coordinada del sospechoso 8219 en todas las áreas. 

—Entendido, señor controlador. 

—A todos los individuos de su terminal de trabajo se les debe aplicar la sección 18.9 del Código Penal: Incumplimiento del deber de informar una ausencia. 

—Afirmativo, señor controlador. 

Los tranquilizantes estaban equilibrando mi voz. 

—Informaré a Control de Desviación de la Norma para más instrucciones. Tenga un helitransportador listo para mi uso en el Puerto Siete. 

Montado a la cinta transportadora personal recorrí los amplios, tranquilos y pálidos pasillos; mis manos temblaban un poco. No habíamos tenido un caso de Desviación de la Norma en la ciudad 204 desde que yo había ocupado el puesto de controlador de seguridad cinco años atrás. ¿Y qué pasaría si la Suprema Autoridad averiguaba que había habido negligencia en la seguridad al permitir al sospecho­so el acceso a las cintas de almacenamiento de libros? No era nada agradable pensar en eso. Yo disfrutaba de los beneficios de mi puesto: de mi telepantalla, de mis actividades sexuales supervisadas, de mis complementos químicos para entretenimiento; inclusive había estado considerando la posibilidad de enviar mi esperma al Banco de Genes de manera que me pudieran elegir una esposa adecuada. 

En Control de Desviación de la Norma, informé el nombre y rango a la telepantalla; cuando apareció una imagen como respues­ta, apreté los puños y un sudor ácido surgió bajo mis brazos: era el Médico Uno en persona, jefe de la Sección de Investigación de Des­viación de la Norma y miembro de la Suprema Autoridad. 

—Entre, controlador —sonrió cordialmente desde la pantalla—. Seguridad ha estado siguiendo por telepantalla lo concerniente a su misión. 

Su oficina interior tenía ventanas que daban a las brillantes to­rres blancas de la ciudad. Más lejos, hacia el océano y las amplias granjas de plancton, se veía la franja verde del Parque Tres. El Médi­co Uno era un hombre activo, rápido, pequeño, calvo y con gruesos anteojos. Estos rasgos y el hecho de que fuera levemente rengo se­ñalaban por sí mismos que se trataba de alguien perteneciente a la Suprema Autoridad; únicamente alguien nacido de padres genética­mente no controlados podía tener esas irregularidades físicas, y sólo a alguien de la Suprema Autoridad se le habría permitido llegar a la madurez con ellas. 

Me indicó una silla junto a su pesado escritorio de plástico, me clavó los ojos escrutándome desde detrás de sus gruesos anteojos y me mostró sus dientes amarillentos al sonreír. 

—Ha demostrado considerable celeridad al reaccionar ante esta falla de seguridad, controlador. Si el criminal 8219 es apresado rápi­damente, usted no recibirá nada más serio que una reprimenda. 

Me recorrió una inmensa sensación de alivio mientras él se volvía de nuevo de la ventana. Al girar, discos de la luz reflejada destellaron en sus anteojos. 

—Algunos puntos son muy sugestivos. Los registros del Banco de genes indican que su padre era un tipo decente y que trabajaba empeñosamente en telemetría de naves espaciales; pero su madre murió a causa de una sobredosis masiva de complementos químicos después de haber dañado deliberadamente la telepantalla de su hogar. 

—Pu... puedo darme cuenta de lo que eso significa, señor. Ella... 

—¿De veras se da cuenta, controlador? —de pronto su actitud había cambiado—. Lo dudo mucho, la sobredosis, la destrucción de la pantalla... 

—El descuido es delito leve; la felonía es grave —dije automáti­camente. Me temblaban mucho las manos después de su reacción. Pero la súbita ira del Médico Uno pareció desvanecerse. 

—Bastante acertado, ya que es obligatorio vigilar al menos cua­tro horas. A pesar de la inestabilidad de la madre, 8219 fue un chico brillante, realmente brillante. Y como no mostró ninguna tendencia a desviarse de la norma, eventualmente fue autorizado por Seguri­dad y le fue otorgado el puesto en el Índice de Material de Lectura que solicitó. Solicitó, controlador: un puesto que rara vez alguien reclama, ¿ no? Debimos haber sospechado. 

Aprovechando su actitud aparentemente más calma ahora, yo comencé a decir: 

—Sí, señor, puedo darme cuenta, señor. Yo... 

—Sinceramente, espero que pueda, controlador. 

—¿Señor? —sentí otra vez un vuelco en el estómago. 

—Su departamento le dio acceso a los libros. Su departamento ha manejado muy mal la investigación hasta este momento —su mirada malevolente hizo que mi cara se quedara pálida como si hubiera per­dido toda la sangre—. No hay nada, por ejemplo, en su informe pre­liminar relativo al médico que realizó la operación ilegal. 

—¿La operación ilegal, señor? Yo no... 

—¡La remoción del transmisor de 8219! —exclamó. Una man­cha de espuma apareció en una de las comisuras de su boca. Pero entonces él sonrió otra vez abruptamente y entrechocó sus dientes amarillos. Con voz autoritaria, agregó—: Hay tres posibilidades relativas al criminal, controlador. Enumérelas, por favor. 

Titubeé. 

—Primero, señor, creo... creo que una sobredosis de un comple­mento químico que contenga una alta proporción de metamfetamina —la benigna inclinación de cabeza del Médico Uno hizo que las pa­labras me salieran con más facilidad—. Segundo: desequilibrio men­tal o emocional, señor. Ambas cosas bastante comunes, tercero... 

Me detuve. No había una tercera posibilidad. 

Pero la cara del Médico Uno empalideció visiblemente: su cuer­po medio contrahecho pareció hincharse. Por detrás de las gruesas lentes, sus ojos se hacían más grandes y redondos. 

—¡Idiota! —gritó. De nuevo la espuma salpicó las comisuras de su boca y su cuerpo se volvió momentáneamente rígido, como si estuviera a punto de tener un ataque de catatonía—. ¡Una anomalía genética, tonto! ¡Debe tener una anomalía genética! ¡Encuéntrelo! ¡Atrápelo! 

Salí corriendo y atravesé los pasillos con eco hacia el helipuerto; sus insultos resonaban en mis oídos. La tensión me había provoca­do ganas de vomitar. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo iba a afrontar la situación? De algún modo, en camino del helitransportador, me las arreglé para tragarme algunos tranquilizantes y así llegué a la uni­dad habitacional de 8219 con cierta calma. Los habitantes del lugar presentes, la mayoría esposas e hijos, ya habían sido tranquilizados y estaban charlando alegremente con los policías de seguridad que los habían detenido e investigaban sus antecedentes particulares. Podía oírlos mientras subía en el ascensor individual hasta el tercer nivel de habitáculos. 

El silencio de la vivienda del criminal era interrumpido sólo por el ruido de la unidad de control ambiental. Por regulación, la larga pared de la unidad central estaba ocupada por la telepantalla y el resto de las paredes estaban desnudas. No había ventanas, desde lue­go; sólo estaban permitidas para la Suprema Autoridad. Fue patéti­camente fácil descubrir el material de la Desviación de la Norma: estaba en el dormitorio del criminal, en el cajón donde se guardaba la túnica. Un anotador sacado de las provisiones del Centro de Co­municaciones —en sí mismo eso era una contravención— y prolijamente abarrotado de citas y aforismos copiados ilegalmente de las cintas donde estaban registrados los libros. 



Creo que hay más posibilidades de reducir la libertad de la gente mediante graduales y silenciosas intervenciones de aquellos que es­tán en el poder que mediante la usurpación súbita y violenta. 

La gente nunca abandona sus libertades sino bajo algún engaño. Nosotros, y todos los que creen tan profundamente como noso­tros, preferiríamos morir de pie antes que vivir de rodillas. 



¿Qué hombre en sus cabales en nuestra sociedad iluminada y totalmente libre se arriesgaría a enfrentar la Privación de la Existen­cia simplemente por ocuparse de esas incoherencias? Bien, pronto iba a averiguarlo. Pero no iba a ser tan fácil. El criminal resultó ser muy difícil de aprehender. 

Por una parte, intervinieron otros factores que hicieron más di­ficultoso el trabajo de seguridad. Un desaforado granjero de plancton mató a una docena de sus compañeros de trabajo y hubo una serie de violaciones en los Sectores del Mapa 11.4 y 11.5. El asesinato y la violación, desde luego, no son crímenes tan graves como la Desvia­ción de la Norma. Pero investigarlos y recomendar las acciones ade­cuadas mantuvo ocupados a los agentes de la zona. Además, como para demostrarle al Médico Uno dónde había existido negligencia en el departamento, yo había recomendado que el sargento 1418 fuera castrado y reasignado a las granjas de plancton por su descui­do en el deber relacionado con la fuga del criminal 8219. Y entrenar a su reemplazante había tomado tiempo. 

Pero el día número quince después de la fuga de 8219, el rostro sereno y eficiente del sargento 1419 apareció en mi pantalla. 

—Señor controlador, el criminal 8219 está rodeado. En el sector del mapa 11.6, coordenadas Ac, Bf. 

Mi escáner visual iluminó el sector en la pantalla. El Parque Tres, esa densa área boscosa semejante al “medio ambiente natural” de nuestros ancestros primitivos, que yo había visto desde la ventana del Médico Uno. ¡No era raro después de todo que no lo hubiéra­mos encontrado hasta ahora! ¿Pero cómo había hecho para sobrevi­vir ahí? ¡El Parque Tres ni siquiera tiene conexiones de energía para montar una unidad de control ambiental portátil! 

—Iremos de inmediato, sargento. 

El manual establece que los criminales acusados de Desviación de la Norma deben ser apresados sin hacerles daño, para ser utiliza­dos para los experimentos diagnósticos de los médicos de Desvia­ción de la Norma, de modo que tuvimos que soportar instantes de mucha tensión. En cierto momento, el criminal, físicamente un po­deroso bruto con músculos duros y repulsivos, atravesó el cordón de seguridad, sorteó a la unidad de guardia del helitransportador y ya estaba a mitad de camino de la escalera de a bordo cuando un rifle de red fue disparado y él quedó atrapado. 

Comencé el examen preliminar al día siguiente bajo el control, a través de la telepantalla, de los funcionarios de Desviación de la Norma, incluyendo, tal vez, al Médico Uno. 

—Criminal 8219, una vez que este examen preliminar haya es­tablecido su culpabilidad en cuanto a la Desviación de la Norma, los oficiales de Desviación de la Norma lo examinarán para determinar si usted puede ser recuperado de nuevo para la sociedad, mediante una leucotomía, o si en cambio será sometido a la disección experimental. 

—¿Sin anestesia, desde luego? —no parecía perturbado ante la idea; hasta sonrió con encanto cuando lo dijo. 

—Desafortunadamente, ése es el requerimiento científico. Por el momento, la desranquilización forzosa comenzará hoy... 

—De cualquier manera no estoy usando psicotrópicos. 

Eché una mirada a la hoja con los datos de su examen físico; confirmaba el casi increíble hecho de que no tomaba ninguno de los complementos químicos. ¿Cómo era capaz de soportarlo? Pero este mismo hecho lo convertía en un oponente mucho más fuerte. Co­mencé a presionarlo. 

—Criminal 8219, debemos saber el nombre de su cómplice, el médico corrupto que le quitó quirúrgicamente el transmisor perso­nal de su espalda. 

Me devolvió otra vez esa desagradable sonrisa burlona. 

—Lo hice yo solo, controlador, con un cuchillo de cocina y dos espejos. 

Rápidamente revisé los informes del laboratorio acerca de sus pertenencias. Se habían encontrado dos espejos de mano y en un cuchillo se habían detectado restos de la sangre del individuo en el filo. Un fragmento de los componentes del circuito del transmisor personal habían sido hallados a un costado de la base de su unidad de deposición de excrementos. ¿Pero cómo pudo soportar el dolor? 

—¿Cuánto puede doler quitar algo del tamaño de la uña de un dedo de bebé, colocado debajo de la capa de epidermis? 

Apuntó con el dedo pulgar el monitor de la unidad de televisión. 

—¿Tiene miedo de tener problemas con los muchachos de Des­viación de la Norma? —sacudió la cabeza—. Ellos saben que usted es incorruptible, controlador. Varias generaciones de control genético se han asegurado de que así sea. Desde luego la pequeña banda de psicópatas innatos que se hace llamar la Suprema Autoridad me tie­ne miedo a mí justamente por esa razón: temen que yo pueda estar genéticamente descontrolado... 

—¡Los controles genéticos fueron iniciados en virtud del mejor de los objetivos! —repliqué como respuesta a la provocación de este sucio denigrador de la Suprema Autoridad. 

—¿Debido a que los niveles de población hace una decena de generaciones atrás eran tan altos, crecían con tanta intensidad, que una humanidad con su agresividad intacta probablemente habría estallado en un estado de continua violencia? Claro. Pero, ¿hasta qué punto se puede efectuar el control sin que la gente deje de ser gente y se convierta... en otra cosa? 

Finalicé el interrogatorio de golpe; ese hombre me enfermaba. Y yo estaba un tanto nervioso, con todos esos médicos de Desviación de la Norma observándonos. Pero al día siguiente él continuó ha­blando del tema. 

—Sabe, controlador, los controles han convertido al conjunto de la humanidad en una masa de ganado inteligente pero sin volun­tad propia, no más importante para la Suprema Autoridad que los dinoflagelados y los celenterados en aquellas granjas de plancton que están allá afuera. Desde luego nadie dice nada de la estructura genética de quienes componen la Suprema Autoridad. 

—Hay motivos sólidos y más que suficientes... 

—Claro. Sin su agresividad natural, sin su espíritu competitivo, el hombre no puede tomar decisiones; para poder gobernar, la Suprema Autoridad no debe estar controlada. Pero más aun, los hombres de la Suprema Autoridad necesitan esa agresividad para la lucha por el po­der que tienen que librar todo el tiempo entre ellos mismos. 

Aunque me enfermaba, continué tratando de refutarlo. 

—No hemos oído ningún informe de tal lucha... 

—Claro que no —sonrió irónicamente—. Pero le apuesto a que los que pierden son despojados de todo poder, de la capacidad de procrear, de la habilidad de hacer cualquier otra cosa. Así que... eso me hace único: la única persona con genes no controlados fuera de la estructura del poder. De manera que puede darse cuenta muy bien acerca del porqué era necesario apresarme. 

—¿Ah, sí? ¿ Y cómo llegó usted a tener esos “genes no controla­dos”, como los denomina? 

—Por mutación. Tiene que haber sido así. Soy una mutación natural, una regresión. Mis padres, como los padres de todos, fue­ron productos del Banco de genes, de manera que no hay otra expli­cación para las diferencias que observé entre mi persona y el resto de la gente.

—Y tan pronto como observó estas diferencias, en forma trai­cionera, se apropió de material clasificado del registro de los libros y deliberadamente interrumpió el contacto con el Control Compu­tarizado y destruyó... 

Él abrió los brazos y se echó a reír. 

—¿Se da cuenta, controlador? Un ejemplo típico de Desviación de la Norma. En cuanto al motivo por el cual lo hice, ¿quién sabe? 

En verdad, ¿quién sabía? Yo había completado mi interrogato­rio. Lo escolté hasta Control de Desviación de la Norma en la cinta transportadora individual. Como en el corredor no había control de audio, le hice una pregunta personal. 

—Usted hizo todo eso deliberadamente, criminal 8219; sin em­bargo, usted no está loco. ¿Por qué no se quedó trabajando como encargado del Índice del Material de Lectura, aunque tuviera im­pulsos de Desviación de la Norma en su cerebro? 

Él hizo destellar esa risa peculiar y repentina y me palmeó el hombro. 

—Lea la última frase que hay en mi anotador, controlador. Piense acerca de delitos menores y sectores del mapa. Y luego lea acerca de las propiedades físicas de los mutantes. Y entonces, si logra deducirlo: felices pesadillas. Porque usted no hará nada para detenerlo. 

Como funcionario a cargo del arresto, yo tenía que estar vigi­lando desde detrás de la ventana de observación en el Laboratorio Experimental de Desviación de la Norma cuando ellos lo llevaron para colocarlo en la mesa de disección. ¿Cómo podía un hombre, sin calmante o tranquilizante alguno, enfrentar tan fríamente las sis­temáticas extracciones, sin anestesia, de todos los órganos de su cuer­po, de a uno por vez? 

Y sin embargo el criminal seguía extrañamente alegre y hasta se encaramaba en el borde de la mesa de operaciones para mirar, balan­ceando los pies como un chico. Y en ese momento crítico, atrajo las miradas, las mentes, de todos los que estaban en ese cuarto con su actitud desafiante. Era suficiente. 

—Les apuesto a que no me van a sacar ni un solo “ay” —dijo, sonriendo. 

Y luego levantó con una de sus manos un brillante escalpelo de la bandeja de instrumentos de cirugía y se lo pasó por el cuello con un ligero y certero movimiento. La sangre escarlata de la arteria sal­tó, salpicó a los guardias, a los médicos y a la Suprema Autoridad. 

Ese autoasesinato detonó una serie de eventos trágicos. Los agen­tes de Desviación de la Norma responsables fueron sentenciados a la Privación de la Existencia en el crematorio geriátrico; claro que eso fue simplemente un acto de justicia. Ellos habían sido negligen­tes. Pero apenas dos días después de la muerte del criminal 8219, un accidente en la unidad de helitransporte entre la ciudad y la finca de campo del Médico Uno lo dejó sin esposa y sin hijos. Y antes de que él se pudiera recuperar de tan terrible pérdida —al mismísimo día siguiente, de hecho—, inadvertidamente quedó encerrado en la sala de radiación de Desviación de la Norma y accidentalmente fue este­rilizado. La Suprema Autoridad, con gran pena, anunció su prema­turo pero permanente retiro. 

Así que no fue hasta varios días más tarde que pude estar listo para cerrar el archivo del criminal 36/204/GS/8219. Pasé vagamente las páginas del infame anotador hasta llegar a la frase final. No era nada: una de aquellas tontas frases sentimentales que había leído el día en que encontré el anotador. Nosotros, y todos los que creen tan profundamente como nosotros, preferiríamos morir de pie antes que vivir de rodillas. 

Supuse que era la explicación mísera de una mente perturbada. ¿Pero qué más me había dicho? Delitos menores. Y sectores de ma­pas. Y... ¿las propiedades físicas de los mutantes?

Con curiosidad ahora, cargué las coordenadas del sector de ma­pas en el escáner visual, y al mismo tiempo le ordené a la computa­dora que pasara una cinta acerca de la formación de los mutantes por mi audioescáner. 

Él había sido apresado en el sector del mapa... ¿cuál? ¿11.4? ¿11.5? No. Había habido una serie de violaciones en esos sectores. El Par­que Tres estaba en el sector adyacente 11.6. Pero, un momento. La violación era un delito menor. Y los sectores del mapa eran adya­centes. Y las violaciones habían ocurrido durante los mismos quince días en que el criminal 8219 había estado escondido en el Parque Tres y... 

Mutante, entonaron mis audífonos. Una repentina desviación del tipo parental de una o más características hereditarias, causada por un cambio en un gen o cromosoma, que da como resultado un nuevo individuo o especie. 

Me abatió un súbito terror; con un quejido, pasé la mano por encima del escritorio buscando un tranquilizante. Características hereditarias: ¡Los mutantes podían reproducir sus propias mutacio­nes mediante la fecundación de mujeres de esas especies parentales! ¿“Pesadillas” había dicho el criminal? ¡Puro y absoluto terror! 

¿Cuántas mujeres violadas y fecundadas no habrían denunciado el hecho? ¿Mujeres casadas, tal vez, para quienes incluso el control genético nunca había logrado erradicar completamente el celo pro­tector de la maternidad? ¿O chicas adolescentes a quienes no les importaba que les hicieran un aborto, pero que no querían ser este­rilizadas automáticamente, tal como se hace con las víctimas de vio­lación? ¿Chicas que podían dar el nombre de su novio como padre de la criatura para asegurarse de ese modo que el chico naciera y luego fuera educado por el Estado? 

¿Cuántas mujeres? 

El tranquilizante me estaba dejando respirar normalmente otra vez, me permitía pensar, analizar el asunto. Aunque sólo uno de esos descendientes lograra nacer y vivir, la estructura del Estado es­taría amenazada. El resultado podía ser toda una cepa de los anti­guos hombres descontrolados. Mi deber era claro. Informar a Des­viación de la Norma. Luego, habría que barrer toda la zona afectada inmediatamente y habría que hacer abortar a todas las embarazadas y esterilizar a todas las mujeres. 

Me comuniqué por la telepantalla con Desviación de la Norma. 

—Médico Uno, urgente. Control de Seguridad. 

—Está en una conferencia, controlador. Le avisaremos. 

Esperé. Pero entonces apareció otro repentino terror. ¡El crimi­nal 8219 estaba bajo mi responsabilidad! Su suicidio me había con­vertido en cómplice no intencional de su monstruoso crimen de Desviación de la Norma. ¡Al estar relacionado con el delito del cri­minal 8219 me correspondía la pena de Privación de la Existencia! 

—¿Sí, controlador? —el nuevo Médico Uno me contemplaba desde la pantalla; tenía los ojos algo hinchados y el escaso cabello cruzado sobre el cráneo como tiras de algas marinas. 

—Yo... señor... —¡pero no era justo!— Señor... yo... ¿se ha con­templado ejecutar alguna otra acción relativa al archivo del criminal 36/204/GS/8219? 

—Archivo cerrado —gritó—. Se agregará una reprimenda en su carpeta personal, controlador, por requerir información acerca de un archivo cerrado. 

La pantalla quedó en blanco y yo dejé escapar el aliento conteni­do. Solamente una reprimenda en lugar de la muerte. ¿Qué proble­ma había en realidad? La Suprema Autoridad había decretado que todo estaba bien: el archivo había sido cerrado. Y la Suprema Auto­ridad siempre tiene razón. Y sin embargo... sin embargo... 

La Suprema Autoridad, inclusive ahora, no conocía la diabólica conjura del criminal: que él, aun sabiendo que eso podía significar su propia muerte, había planeado reproducirse con sus aberraciones genéticas de la única manera en que podía lograrlo sin que se hiciera un escrutinio genético de los descendientes. Tampoco había previs­to la Suprema Autoridad, como sí lo había hecho el criminal, que mi propio código genético con sus inherentes coerciones me haría in­capaz de denunciar su horrible plan contra el Estado. ¿Siempre te­nía razón la Suprema Autoridad? 

Me temblaban tanto las manos que apenas pude abrir el cajón de mi escritorio para sacar de ahí lo que necesitaba: hice lo único que me era posible. 

Me tomé otro tranquilizante. 

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