viernes, 7 de agosto de 2020

El próximo lunes, de Juan Madrid

 


Leo tenía cincuenta y cinco años y era camarero en el restaurante del Hotel Sur desde hacía quince años. Todos los lunes, su día libre, solía ir al cine de su barrio. Además de los lunes, Leo tenía derecho a otro día libre a la semana, pero el administrador del hotel, el señor Dueñas, le había pedido que acudiese a trabajar. Se lo pagaban aparte, como horas extras, y aquello representaba un ingreso suplementario que le venía muy bien.

Los lunes se levantaba tarde, vestía un pantalón deshilachado y una camisa vieja, y con sus herramientas arreglaba los pequeños desperfectos de la casa: sillas que se movían, grifos que goteaban, los enchufes de la luz o la cisterna del retrete. Mientras, le gustaba pensar en la película que iría a ver después.

Leo estaba convencido de que ser camarero no era fácil. Y se refería a ser un auténtico camarero. No como esos chicos jóvenes de las hamburgueserías, ni de los bares de copas, ni siquiera como su hijo Javier, que acababa de ser ascendido a jefe de sección en la cafetería del Vips de la calle Fuencarral.

jueves, 6 de agosto de 2020

Vertical, de Jordi Puntí

 


Sale del metro en la plaza Joanic y, mientras sube por la escalera, oye que en algún campanario cercano dan las diez de la noche. Tal vez sean unas campanadas imaginarias que solo resuenan en su cabeza, pero da igual, lo que cuenta es el aquí y ahora. Se lo repite mentalmente: el aquí y ahora, ¿estamos? Enciende un cigarrillo y baja a paso ligero hacia el paseo de Sant Joan. En la calle hay poca gente, pocos coches, o tal vez se lo parece porque la luz de las farolas, anaranjada, esparce a su alrededor un arabesco de sombras mortecinas. Pasa por delante de la churrería de Escorial, que hoy está cerrada, y ahuyenta un recuerdo agridulce. Ahora no, todavía no. Poco después, cuando está en lo alto del paseo, delante de la estatua medio escondida de un fraile y un niño, se detiene unos segundos y piensa en ella. Es un pensamiento rebosante de dolor y, sin embargo, inconcreto. Hace unos días, no puede precisarlo más, el rostro de Mai empezó a borrársele de la memoria… Pero no es exactamente eso, no quiere usar verbos negativos. Más bien se le ha ido desdibujando con suavidad, como una nube de humo vaporoso que se eleva y se desvanece poco a poco, muy despacio, y luego pasan los días y lo sigues viendo pese a que ya no está, y llega un momento en que solo lo ves porque te lo puedes imaginar, porque lo has visto antes y sabes que estuvo allí.

miércoles, 5 de agosto de 2020

En una ciudad llamada San Juan, de René Marqués

 


Las campanas de San Agustín sonaron nítidas bajo la noche adormecida de estrellas: las tres de la madrugada. Le dio un tirón a los faldones de la chaqueta, respiró hondo y miró al cielo. A sus espaldas languidecía el cornetín del combo en el Palladium.

Había bebido mucho, pero estaba sereno. Sería mejor decir sobrio. Sereno no. No podía estarlo sintiendo otra vez la urgencia de no comprometerse en un mundo angustiosamente comprometedor. E hizo un esfuerzo por no preocuparse demasiado.
Lástima que de día no brillen las estrellas. (La noche es buena.) Deberían brillar siempre las estrellas. (La noche es libre.) El sol es cruel matando las estrellas. (La noche es vida.)

martes, 4 de agosto de 2020

Inspiración, de Isaak Bábel

 


Tenía sueño, y estaba de mal humor. Justo en ese momento entró Mishka para leerme su cuento.

—Cierra la puerta —dijo, sacando de su bolsillo una botella de vino—. Hoy es mi día. He terminado el cuento, y creo que ésta es la versión definitiva. Brindemos por ello, amigo mío.

El rostro de Mishka estaba pálido y sudoroso.

—Los que dicen que la felicidad no existe están locos —exclamó—. La felicidad es la inspiración. He escrito durante toda la noche: ni siquiera me di cuenta que amanecía. Después me fui a pasear por la ciudad. Es extraordinaria al amanecer: silenciosa, cubierta de rocío, y casi sin gente. Todo es transparente, y puedes ver asomar el alba: fría y azul, espectral y apacible. Bebamos, amigo. Nunca he estado más seguro de nada: este cuento marca una etapa en mi vida.

Llenó un vaso de vino y se lo bebió de un trago. Le temblaban los dedos. Sus manos eran de una belleza extraordinaria: esbeltas, blancas y suaves, con dedos gráciles.

lunes, 3 de agosto de 2020

Adivinanzas, de Poli Délano

 


—El caso no tiene explicación —dice el informe del Inspector Salinas—, si consideramos, por un lado, que los esposos Barrenechea nunca, desde que llegaron a este distrito hace varios años, mostraron un comportamiento que se apartara de lo normal y, por otro, que según vecinos, amigos y parientes, no se les conocían enemistades de ninguna índole. Los hechos parecen indicar que el Dr. Barrenechea padeció un ataque repentino de cierto tipo de locura que lo llevó a comportarse de la forma en que lo hizo.


I
Cuando tras un golpe de ventana el hombre alto se dejó caer, con un hacha en la mano, un morral colgando del hombro y una media de mujer cubriéndole toda la cabeza, el vaso whiskero del Dr. Barrenechea se le soltó de los dedos y rodó por el suelo esparciendo su contenido sobre la alfombra, a la vez que un agudo grito de Ritta Klein de Barrenechea perforó lo que hasta ese segundo había sido una tranquila velada hogareña.
—No se muevan —dijo el hombre alto—. Sé que están solos, ya conozco sus costumbres. Nadie vendrá esta noche, tendremos tiempo de sobra para lo que vamos a hacer. Usted, señora, siéntese acá, al lado de su marido. Ningún movimiento en falso: soy un maestro con el hacha.