martes, 4 de mayo de 2010

Las cosas, de Manuel Rivas

Como espectador no era muy expresivo, ésa es la verdad, dijo la Televisión. Se sentaba ahí, en el sofá, con un vaso de whisky, y miraba con frialdad, como si sólo se le subiesen a la cabeza las piedras de hielo. Esa noche, no. Esa noche movió los labios al mismo tiempo que el personaje de la pantalla. Parecía estar en una sesión de doblaje. Y creo que no le gustó lo que dijo. Ni lo que vio. Hacía muecas, como quien se mira deforme en un espejo de feria y quiere acentuar la fealdad.

La Televisión, contra su costumbre, meditó durante unos segundos. Bueno, reconozco que esta última observación mía está condicionada por lo sucedido. No era de mucha lectura, dijo el Hamlet apoyado en la mesa de la sala. Por lo menos, no lo era en estos últimos años. Pero esa noche, esa noche vino hacia el estante y los libros nos dimos unos a otros con los codos en los riñones. Tocó varios lomos, pero al final me cogió a mí. Leyó de una tirada hasta la escena segunda del acto tercero. Me dejó marcado aquí, en la página donde se dice eso de Let me be cruel, not unnatural.

“Más claro, agua”, dijo el Vaso con voz ronca.

“¿Por qué?”, preguntó la Lámpara.

“¿Cómo que por qué? Ahí está la explicación que buscan”.

“No seas tonto”, replicó la Lámpara, que proyectaba sombras como cisnes negros. “¡Sea yo cruel pero jamás monstruoso! Para el caso, eso sirve lo mismo para un roto que para un descosido. Además, con todos los respetos para el amigo Hamlet, no es algo que un detective pueda presentar, en estos tiempos, como prueba ante un juez. Un verso sólo compromete a su autor, y ni siquiera. Lo único que él dejó escrito de su puño y letra fue una anotación para la señora de la limpieza: Por favor, déle un repaso al ventanal de la sala. No parece precisamente una despedida dramática”.


“Pues uno de los policías, el más gordo, tomó nota”, dijo el Hamlet con timidez. Abrió por la marca y escribió en el cuaderno.

“Pude leer lo que escribía”, ironizó la Lámpara. “My tongue and soul in this be hypocrites. Eso fue lo que anotó. Tu problema, amigo, es que uno encuentra lo que busca”.

“La chica fue muy lista”, dijo el Cenicero con el orgullo característico de quien sabe de más. “Borró todas las huellas. Incluso guardó en el bolso la colilla con carmín”.

“¡Ella no lo hizo!”, gritó indignada la Televisión.

“¿Cómo estás tan segura?”, preguntó el Reloj de Pared. “Nadie me había mirado nunca así. Con cara de mal epitafio, que diría el Hamlet”.

“Estaba furiosa, eso es todo”, dijo la Televisión. Y luego añadió en voz baja: “La conozco muy bien. Nunca lo haría. Nunca lo haría en la realidad...”

El Reloj se rió como quien está de vuelta de todo. “Alguna vez la vimos disparar dentro de ti. ¿Por qué no lo iba a hacer ahora? Era tan peliculera en la vida real como en la pantalla. ¿Recordáis las escenas de amor ahí, en el sofá? ¡Rómpeme, cómeme, mátame!”.

“Tú eres tonto”, interrumpió la Televisión. “No entiendes nada”.

“Yo soy realista”, dijo el Reloj sin inmutarse. “Todos nosotros sabemos lo que pasó. La gente, no. La gente tragará con lo que tú digas. Pero las cosas fueron como fueron. Ella tenía celos. Y tenía razón para tenerlos. Descubrió que la otra había estado aquí. La otra estaba en el aire. Fueron al dormitorio. Discutieron. Y había un arma. Ella sabía que en la mesilla había. Disparó y lo mató. Como en la película. ¿Para qué engañarnos? Todos hemos oído lo que decía la Pistola”.

“Tienes toda la razón”, asintió la Lámpara.

“No vimos nada”, dijo la Televisión. "En realidad, no vimos nada."

“¡Oímos y ya está!”, gritó el Reloj.

“¡No avasalles!”, respondió irritada la Televisión.

Fuera llovía con percusión triste de serie negra. Por el ventanal escurrían lágrimas de neón. El Reloj, dominante, midió el suspense. Luego habló con parsimonia: “Todos hemos escuchado lo que dijo la Pistola: ¡Fue ella, fue ella!”

Pero entonces, con voz de ultratumba, desde el dormitorio, gritó la Oscuridad: “¡La Pistola es una cínica!”

Todas las cosas quedaron expectantes, con el pulso del Reloj tamborileando en las sienes de la casa.

“Cuando la chica corrió hacia él para abrazarlo- relató la Oscuridad- yo oí cómo la Pistola murmuraba: Si no llega a ser por mí, nunca te librarías de este cabrón”.

Esperaban que el Hamlet dijese la última palabra. Pero él estaba mirando hacia el puerto. La sirena de un barco del Gran Sol saludaba al dios del día, como gallo de mar.

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