martes, 15 de diciembre de 2009

Los inocentes, de Pedro Juan Soto

1

treparme frente al sol en aquella nube con las palomas sin caballos sin mujeres y no oler cuando queman los cacharros en el solar sin gente que me haga burla

Desde la ventana, vistiendo el traje hecho y vendido para contener a un hombre que no era él, veía las palomas revolotear en el alero de enfrente.

o con pertas y ventanas siempre abiertas tener alas

Comenzaba a agitar las manos y a hacer ruido como las palomas cuando oyó la voz a sus espaldas.

-Nene, nene.

La mujer acartonada estaba sentada en la mesa (debajo estaba la maleta de tapas frágiles, con una cuerda alrededor por única llave), y le observaba con sus ojos vivos, derrumbada en la silla tomo una gata hambrienta y abandonada.

-Pan -dijo él.


Dándole un leve empujón a la mesa, la mujer retiró la silla y fue a la alacena. Sacó el trozo de pan que estaba al descubierto sobre las cajas de arroz y se lo llevó al hombre, que seguía manoteando y haciendo ruido.

ser paloma

-No hagah ruido. Pipe.

Él desmoronó el trozo de pan sobre el alféizar, sin hacer caso.

-No hagah ruido, nene.

Los hombres que jugaban dominó bajo el toldo de la bodega ya miraban hacia arriba.

Él dejó de sacudir la lengua.

sin gente que me haga burla

-A pasiar a la plaza -dijo.

-Sí, Holtensia viene ya pa sacalte a pasiar.

-A la plaza.

-No, a la plaza no. Se la llevaron. Voló.

Él hizo pucheros. Atendió de nuevo al revoloteo de las palomas.

no hay plaza

-No, no fueron lah palomah -dijo ella-. Fue el malo, el diablo.

-Ah.

-Hay que pedirle a Papadioh que traiga la plaza.

-Papadioh -dijo él mirando hacia fuera- trai la plaza y el río…

-No, no. Sin abrir la boca -dijo ella-. Arrodíllate y háblale a Papadioh sin abrir la boca.

Él se arrodilló frente al alféizar y enlazó las manos y miró por encima de las azoteas.

yo quiero ser paloma

Ella miró hacia abajo: al ocio de los hombres en la mañana del sábado y al ajetreo de las mujeres en la ida o la vuelta del mercado.


2

Lenta, pesarosa, pero erguida, como si balanceara un bulto en la cabeza, echó a andar hacia la habitación donde la otra, delante del espejo, se quitaba los ganchos del pelo y los amontonaba sobre el tocador.

-No te lo lleveh hoy, Holtensia.

La otra la miró de reojo.

-No empieceh otra veh, mamá. No le va pasal na. Lo cuidan bien y no noh cuehta.

Saliendo de los ganchos, el cabello se hacía una mota negra sobre las orejas.

-Pero si yo lo sé cuidal. Eh mi hijo. ¿Quién mejol que yo?

Hortensia estudió en el espejo la figura magra y menuda.

-Tú ehtáh vieja, mamá.

Una mano descarnada se alzó en el espejo.

-Todavía no ehtoy muerta. Todavía puedo velar por él.

-No eh eso.

Los bucles seguían apelmazados a pesar de que ella trataba de aflojárselos con el peine.

-Pipe'h inocente -dijo la madre, haciendo de las palabras agua para un mar de lástima-. Eh un nene.

Hortensia echó el peine a un lado. Sacó un lápiz del bolso que mantenía abierto sobre el tocador y comenzó a ennegrecer las cejas escasas.

-Eso no se cura -dijo al espejo-. Tú lo sabeh. Por eso lo mejor…

-En Puerto Rico no hubiera pasao ehto.

-En Puerto Rico era dihtinto -dijo Hortensia, hablando por encima del hombro-. Lo conocía la gente. Podía salir porque lo conocía la gente. Pero en Niu Yol la gente no se ocupa y uno no conoce al vecino. La vida eh dura. Yo me paso los añoh cose que cose y todavía sin casalme.

Buscando el lápiz labial, vio en el espejo cómo se descomponía el rostro de la madre.

-Pero no eh por eso tampoco. Él ehtá mejol atendío allá.

-Eso diceh tú -dijo la madre.

Hortensia tiró los lápices y el peine dentro del bolso y lo cerró. Se dio vuelta; blusa porosa, labios grasientos, cejas tiznadas, bucles apelmazados.

-Dehpuéh de un año aquí, merecemoh algo mejor.

-Él no tiene la culpa de lo que noh pase a nosotrah.

-Pero si se queda aquí, la va tenel. Fíjate.

Se abalanzó sobre la madre pata cogerle un brazo y alzarle la manga que no pasaba del codo. Sobre los ligamentos caídos había una mancha morada.

-Ti ha levantao ya la mano y yo en la factoría no estoy tranquila pensando que'htará pasando contigo y con él. Y si ya pasao ehto…

-Fue sin querel -dijo la madre, bajando la manga y mirando al piso al mismo tiempo que torcía el brazo para que Hortensia la soltara.

-¿Sin querel y te tenía una mano en el cuello? Si no agarro la botella, sabe Dioh. Aquí no hay un hombre, que li haga frente y yo m’ehtoy acabando, mamá y tú le tieneh miedo.

-Eh un nene -dijo la madre con su voz mansa, ahuyentando el cuerpo como un caracol.

Hortensia entornaba los ojos.

-No vengah con eso. Yo soy joven y tengo la vida por delante y él no. Tú también ehtáh cansa y si él se fuera podríah vivil mejor los añoh que te quedan y tú lo sabeh pero no ti atreveh a decirlo porque creeh que’h malo pero yo lo digo por ti tú ehtáh cansa y por eso filmahte loh papeleh porque sabeh que’n ese sitio lo atienden máh bien y tú entonceh podráh sentalte a ver la gente pasar por la calle y cuando te dé la gana puedeh pararte y salir a pasiar como elloh pero prefiereh creer que'h un crimen y que yo soy la criminal pa tú quedar como madre sufrida y hah sido una madre sufrida eso no se te puede quital pero tieneh que pensar en ti y en mí. Que si el caballo lo tumbó a loh diez añoh…

La madre salía a pasos rápidos, como empujada, como si la habitación misma la soplara fuera, mientras Hortensia decía:

-…y los otroh veinte los ha vivío así tumbao…

Y se volvía para verla salir, sin ir tras ella, tirándose sobre el tocador donde ahora sentía que sus puños martillaban un compás para su casi grito.

-…nosotroh loh hemoh vivío con él.

Y veía en el espejo el histérico dibujo de carnaval que era su rostro.

y no hay gallos y no hay perras y no hay campanas y no hay viento del río y no hay timbre de cine y el sol no entra aquí y no me gusta

-Ya -dijo la madre inclinándose para barrer con las manos las migajas del alféizar. La muchachería azotaba y perseguía una pelota de goma en la calle.

y la frialdad duerme se sienta camina con uno aquí dentro y no me gusta

-Ya, nene, ya. Di amén.

-Amén.

Lo ayudó a incorporarse y le puso el sombrero en la mano, viendo que ya Hortensia, seria y con los ojos irritados, venía hacía ellos.

-Vamoh, Pipe. Dali un beso a mamá.

Poso el bolso en la mesa y se dobló para recoger la maleta. La madre se abalanzó al cuello de él -las manos como tenazas- y besó el rostro de avellana chamuscada y pasó los dedos sobre la piel que había afeitado esta mañana.

-Vamoh -dijo Hortensia cargando bolso y maleta.

Él se deshizo de los brazos de la madre y caminó hasta la puerta metiendo la mano que llevaba el sombrero.

-Nene, ponte’l sombrero -dijo la madre, y parpadeó para que él no viera las lágrimas.

Dándose vuelta, él alzó y dejó encima del cabello envaselinado aquello que por lo chico parecía un juguete, aquello que quería compensar el desperdicio de tela en el traje.

-No, que lo deje aquí -dijo Hortensia.

Pipe hizo pucheros. La madre tenía los ojos fijos en Hortensia y la mandíbula le temblaba.

-Ehtá bien -dijo Hortensia, -llévalo en la mano.

Él volvió a caminar hacia la puerta y la madre lo siguió, encogiéndose un poco ahora y conteniendo los brazos que querían estirarse hacia él.

Hortensia la detuvo.

-Mamá, lo van a cuidal.

-Que no lo mal…

-No. Hay médicoh. Y tú… cada do semanah. Yo te llevo.

Ambas se esforzaban por mantener firme la voz.

-Recuéhtate, mamá.

-Dile que se quede… no haga ruido y que coma de to.

-Sí.

Hortensia abrió la puerta y miró fuera para ver si Pipe se había detenido en el rellano. Él se entretenía escupiendo sobre la baranda de la escalera y viendo caer la saliva.

-Yo vengo temprano, mamá.

La madre estaba junto a la silla que ya sobraba, intentando ver al hijo a través del cuerpo que bloqueaba la entrada.

-Recuéhtate, mamá.

La madre no respondió. Con las manos enlazadas enfrente, estuvo rígida hasta que el pecho y los hombros se convulsionaron y comenzó a salir el llanto hiposo y delicado.

Hortensia tiró la puerta y bajó a Pipe a toda prisa. Y ante la inmensa ciudad de un mediodía de junio, quiso huracanes y eclipses y nevadas.

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