lunes, 30 de septiembre de 2019

Señora pájara, de Evelio Rosero

Tía Violeta se pasa las horas sentada frente al televisor; el aparato está encendido, pero mudo, en ningún canal; es una lluvia azul: rayas y manchas de luz; tía se muerde las uñas mientras tanto, o mueve los zapatos con fuerza, sus párpados se cierran y se abren, su cuerpo se dobla como un garfio, así es. Tuvo un novio y lo perdió, y ese mismo día se ganó la lotería, por lo menos así lo cuenta mi tía, «Mi novio se hizo humo», dice, y me lo dice a mí, pues no habla con nadie más; yo me llamo Alex pero me llama Aladino, me invita cada sábado a almorzar, comemos pizza a domicilio; rengo nueve años pero tía asegura que tengo noventa y nueve, yo la visito después del colegio, soy el único que tiene llave para entrar; los demás, mamá y tío Jorge, deben golpear a la puerta, y muchas veces tía Violeta me ordena que no les abra. Desde que ganó la lotería, el premio gordo, tía se compró esta casa grande, sin ningún mueble, excepto la cama, la silla y el televisor, y decidió sentarse frente al televisor para siempre, no hace más. Al principio mamá no dijo nada, se encogía de hombros, «Ella verá», decía, aunque en el televisor no se veían sino rayas. Después mamá empezó a enojarse: «Está más loca que una cabra». Y puede llover o solear o llegar de visita tío Jorge, borracho, y tía Violeta sigue sentada frente al televisor: los dos enmudecidos, ¿de qué hablarán? Mi tía es alta y bonita y delgada pero fuerte como un árbol y cuando se enfada carga una voz de terremoto; más de una vez ha sacado a gritos a tío Jorge y a mamá; se hace respetar. Un día tío Jorge se animó y le dijo: «Egoísta, no compartes con nosotros tu dinero, loca, marihuanera», y tía replicó: «Perverso, mamarracho, descrédito de los borrachos», y se levantó de un salto y solo porque dio tres pasos tío Jorge gritó: «Me va a matar», y huyó. Mamá salió tras él: «Que Dios la compadezca», gritó, «desde que era niña ya parecía muerta». Y esa misma vez, cuando quedamos solos, tía me dijo: «Es que soy un pájaro». Y la última vez me dijo: «Hoy los pájaros han venido a visitarme, no sé por qué me visitan los pájaros, los pájaros son negros, Aladino, yo sé por qué te lo digo, los pájaros entran a esta casa de dos en dos, saltando rítmicos…». Mi tía se pone como pájaro, en cuclillas, los brazos extendidos, y salta como pájaro por la habitación, con el televisor en la mitad: un ojo azul parpadeando. Y dice, alargando su cuello, como a punto de volar: «Siguen entrando por la ventana cientos de miles de pájaros, se posan en mi cabeza y me observan, no hablan conmigo, son negros, puedo jurarlo, ya estoy acostumbrada a la visita de los pájaros, los llevo conmigo a mi cama, quieren decirme algo y no saben cómo, pero tampoco se afanan, quieren que salga con ellos, que los siga de prisa, quieren mostrarme algo, ya, ya, pronto, a saltos». Y cuando tía Violeta empieza a dar saltos de pájaro, dirigiéndose a la ventana, aparecen tío Jorge y mamá, pálidos. Yo me pregunto cómo pudieron entrar sin tocar a la puerta, cómo, si no tienen la llave. Mamá corre hacia mí: «¿Estás bien, corazoncito?, ¿qué te hizo?». Tía Violeta se ha puesto de pie; se lanza contra tío Jorge, que retrocede abriendo las manos. Mamá grita: «Lo va a matar», y entonces aparecen unos hombres vestidos de blanco. Yo los cuento: son tres, y de los grandes. Por un instante tengo la esperanza de que sean amigos de mi tía; no; no hablan; avanzan. Mi tía tumba a uno de un puñetazo; los otros dos la agarran por los brazos y las piernas y son zangoloteados como si fueran de cartón. El otro hombre se recupera y va a ayudarlos. El ruido que hacen es grandísimo. Uno de los hombres ha sacado una jeringa y la aplica al brazo de mi tía. Ella les dice, como si quisiera convencerlos de algo, como cuando me habla a mí, mientras su voz languidece como sus ojos, como su cuerpo, su corazón entero: «Señores, aquí hay un lamentable error, yo soy un pájaro». «¿La oyen?» pregunta tío Jorge, «¿la están oyendo?», y tía: «Soy una habitante de las nubes», y mamá: «Pobrecita, Dios se apiadará, está de remate, yo lo sabía», y tío: «Hay que internarla, es por su bien». Y solo cuando todos se han ido, llevándose a tía Violeta, solo entonces me atrevo a decir: «Es verdad, es un pájaro, créanle». Y luego: «Es un ave, eso es». Estoy sentado ahora, frente al televisor. Las horas pasan, como las rayas, como las manchas, como la lluvia, miles de gotas. Estoy aquí, esperando a mamá. Primero ha entrado un pájaro, uno solo, y después otro, y después dos, y siguen entrando más pájaros, de tres en tres, y son cientos de miles de pájaros por todas partes, bajo la lluvia, sobre la cama, sobre la silla, en mis rodillas, en mi cabeza, y algunos se inclinan a observarme, se lo voy a contar a mamá cuando venga, mamá, te lo voy a contar, los pájaros quieren que salga con ellos por la ventana, que los siga de prisa, van a mostrarme algo, ya, ya, pronto, a saltos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario