lunes, 13 de abril de 2020

Algo Extraño, de Kingsley Amis

 


Algo extraño ocurría todos los días. Podía suceder durante la mañana, mientras los dos hombres realizaban sus lecturas y observaciones y las dos mujeres se ocupaban de la rutina doméstica. Los grandes rostros habían aparecido durante la mañana. O, como sucedió con los rostros pequeños y con los fuegos de colores, lo extraño podía suceder durante la tarde, cuando Bruno se encontraba en plena tarea de mantenimiento, Clovis transmitía a la base, Lia cuidaba el jardín y Myri trabajaba en la novela. En la mayor parte de los casos, las últimas horas de la tarde pasaban con tranquilidad, aunque eso ya no sucedía con tanta frecuencia cuando se trataba de la noche.

Todos ellos comprendían que las expresiones ordinarias y temporales no tenían ningún significado para personas que, como ellas, estaban confinadas indefinidamente en una inmóvil esfera de acero suspendida en una región del espacio tan vacía que la luz de la estrella más próxima tardaba varios cientos de años en llegar hasta ellos. Sin embargo, las órdenes emitidas desde la base recomendaban que adoptaran una unidad de tiempo de veinticuatro horas, como era usual en la Tierra, que no habían visto desde hacía varios meses. Esta disposición les venía muy bien: su trabajo y sus períodos de distracción y de descanso parecían adaptarse con toda naturalidad a estas unidades de tiempo. Sin embargo, la perspectiva de pasarse año tras año con la misma rutina, extendiéndose hacia el futuro que podían prever, era una fuente de tensión.

Bruno lo comentó así con Clovis después de una mañana en la que estuvieran reparando un fallo en el analizador del espectro, que utilizaban para investigar y clasificar las estrellas cercanas. Estaban sentados en la portilla principal de observación del salón, tomando el cóctel del mediodía y esperando a que las mujeres se les unieran.

—Creo que lo hemos resistido extremadamente bien —dijo Clovis, contestando a Bruno—. Quizá demasiado bien.

Bruno elevó un poco su rechoncha figura.

—¿A qué te refieres?

—A que podemos estar dificultando nuestras posibilidades de ser relevados.

—La base nunca ha dicho una sola palabra sobre nuestro relevo.

—Exactamente. Teniendo que cubrir el personal de medio millón de estaciones, pasará mucho tiempo antes que se preocupen por una como ésta, donde todo funciona bien. Tú y yo formamos un equipo perfecto, y tú tienes a Lia y yo tengo a Myri, y ellas dos se llevan muy bien… No hay ningún conflicto. Por lo tanto, no existe razón alguna para un relevo.

Myri había escuchado todo esto desde el hueco donde estaba poniendo la mesa. Se preguntó cómo Clovis no había notado que Bruno la deseaba a ella, en lugar de a Lia, o quizá al mismo tiempo que a Lia. Si Clovis lo sabía y estaba atormentando a Bruno, al final la situación sería bastante penosa, porque Bruno no era un hombre agradable. Con su grueso cuello y su rostro carnoso y pálido, no sería muy agradable estar con él, al contrario de Clovis, quien no era más alto, pero cuyo cuerpo erguido y duro y su piel suave le resultaban atractivos. Él no podía pensar tan bien como Bruno, pero, por otra parte, muchas de las cosas que pensaba Bruno no resultaban muy agradables. Se sirvió una copa y se dirigió a su encuentro.

Bruno había dicho algo sobre la lástima que era no poder falsificar su informe personal inventándose unas pocas disputas, y Clovis admitió inmediatamente que aquello era imposible. Ella le besó y se sentó a su lado.

—¿Qué te parece la idea de ser relevados? —le preguntó a ella.

—Nunca he pensado en eso.

—Muy correcto —dijo Bruno, con una mueca—. Lo estás haciendo muy bien aquí. De hecho, bastante bien.

—¿Adónde quieres ir a parar? —le preguntó Clovis con una expresión diferente en su rostro.

—Ésta no es una vida muy completa, ¿verdad? Para ninguno de nosotros. De todos modos, creo que podría continuar, con algún cambio. Una clase de trabajo diferente, algo que no sea comprobar, utilizar y reparar aparatos. Parece que tenemos una gran cantidad de cosas por reparar, ¿no es así? Ese analizador se estropea casi diariamente. Y sin embargo…

Calló y miró por la trampilla, como para estar seguro que todo lo que había tras ella era el familiar paisaje de estrellas, lleno de puntos y manchas de luz.

—Y sin embargo, ¿qué? —preguntó Clovis, algo irritado en esta ocasión.

—Estaba pensando que, en el fondo, deberíamos sentirnos agradecidos por tener muchas cosas que hacer. Está el trabajo rutinario, y las frutas y legumbres que hay que cuidar, y la narración de Myri… Y, a propósito, ¿qué tal va? ¿No nos quieres leer algo? ¿Quizá esta noche?

—No lo haré hasta que no esté acabada, sí no te importa.

—¡Oh, claro que me importa! Una parte de nuestras obligaciones consisten en entretenernos los unos a los otros. Y yo estoy muy interesado en esa narración.

—¿Por qué?

—Porque eres una mujer muy interesante. Ojos castaños muy grandes y una piel saludable y brillante… ¿Cómo te las arreglas para conservarla así después de todo este tiempo en el espacio? Y tienes más energía que cualquiera de nosotros.

Myri no dijo nada. Bruno era muy bueno para hacer observaciones a las que no se podía contestar nada.

—¿Qué ocurre con esa narración tuya? —insistió—. Al menos podrás decirnos de qué se trata.

—Ya te lo he dicho. Trata sobre la vida normal. La vida en la Tierra antes que existieran las estaciones espaciales; grandes cantidades de gente haciendo cosas diferentes, y no ésta…

—Esto es una vida normal, ¿no? Gente diferente haciendo cosas diferentes. No puedo esperar a saber qué son esas cosas. ¿Quién es el héroe, Myri? ¿Nuestro querido Clovis?

Myri posó su mano sobre el hombro de Clovis.

—No sigas, Bruno, por favor. Volvamos a la cuestión de la rutina, si quieres. No puedo comprender por qué dejaste olvidada la parte más importante de todo, la parte que nos mantiene a todos más ocupados.

—¡Ah! ¿Te refieres a esos extraños sucesos? —Bruno ladeó la cabeza en un gesto característico, con una expresión medio sonriente, medio nerviosa—. ¿Y a las horas que hemos pasado discutiéndolos? ¡Oh, claro! ¿Cómo se me habrá podido olvidar mencionarlo?

—Si aún te queda algo de buen sentido, será mejor que no lo menciones —espetó Clovis—. Todos nosotros estamos hartos del maldito asunto.

—Puede que lo estés tú, pero yo no. Quiero discutirlo. Y lo mismo le ocurre a Myri, ¿no es cierto, Myri?

—Creo que ya es hora que hagamos otro intento para encontrar alguna explicación —dijo Myri.

Era una de las muchas ocasiones en que Bruno, sin ser agradable, tenía razón.

—¡Oh, no empecemos con eso de nuevo! —exclamó Clovis, levantándose y dirigiéndose hacia la mesa donde estaban las bebidas—. ¡Eh, hola, Lia! —saludó a la delgada y alta mujer que acababa de entrar con una bandeja llena de platos fríos—. Déjame que te prepare una bebida. Bruno y Myri se están poniendo filosóficos…, buscando explicaciones. ¿Qué piensas tú? Te diré lo que pienso yo. Creo que ya estamos haciendo bastante. Creo que el encontrar explicaciones es una tarea de la base.

—También podemos hacerla nuestra —observó Bruno—. ¿Estás de acuerdo, Lia?

—Claro —contestó Lia con aquella voz profunda que a Myri le parecía que contenía mucha más firmeza e individualidad en su tono que cualquiera de las palabras o acciones de su dueña.

—Muy bien, Clovis. Puedes mantenerte al margen de esto si quieres. Empecemos por el hecho que lo que vemos y oímos no son necesariamente ilusiones, aunque pueden serlo.

—Sabemos que aunque sean ilusiones, no es algo que nos ocurra sólo a nosotros, por lo que se desprende de los informes de la base sobre lo que sucede en otras estaciones.

—Correcto, Myri. En cualquier caso, sean ilusiones o no, están siendo dirigidas hacia nosotros por una inteligencia y con un propósito.

—Eso no lo sabemos —objetó Myri—. Puede tratarse de fenómenos naturales, o bien de los subproductos de alguna actividad inteligente que no son necesariamente dirigidos hacia nosotros.

—Nuevamente correcto, pero reservemos para más tarde esas posibilidades algo menos probables. Ahora, como ejemplo, consideremos los extraños sucesos de la semana pasada. Trataré la cuestión de modo que no pueda surgir ninguna disputa al respecto.

—Quisiera que dejaran esa conversación —dijo Clovis cuando Bruno se dirigió hacia la sala de aparatos—. Es una pérdida de tiempo.

—El tiempo es precisamente lo único que no nos falta.

—Pues a mí me falta de todo —observó él, tocándose el muslo—. Ven un rato conmigo.

—Después.

—Lia siempre se marcha con Bruno cuando él se lo pide.

—¡Oh, sí! Pero eso es asunto mío —dijo Lia—. Ahora, ella no quiere. Será mejor que esperes hasta que lo desee.

—No me gusta esperar.

—El esperar puede hacerlo mejor.

—Aquí estamos —dijo Bruno con brusquedad, regresando—. Correcto… Lunes. Durante unos pocos segundos, la esfera se vio envuelta en una espesa sustancia vaporosa de color marrón. Las pruebas realizadas revelaron que era impermeable al mismo tiempo que infinitamente densa. El equipo no sugirió tomar ninguna medida al respecto. La sustancia desapareció después de tres horas y once minutos. Lo que resulta más interesante de todo esto es la cuestión del infinitamente densa. Tuvo que haberse tratado de una ilusión, o algo tendría que haber sucedido a todas las otras estaciones al mismo tiempo, por no hablar de las estrellas y planetas. Se trata, entonces, de una ilusión total o parcial. ¿Estáis de acuerdo conmigo?

—Continúa.

—Martes. Objeto metálico de un tamaño comparable al de la esfera, aproximándose en curso de colisión a una velocidad de 500 kilómetros por segundo. No se dispone de contramedidas. El objeto apareció instantáneamente a 35 millones de kilómetros de distancia, y desapareció instantáneamente a 1.500 kilómetros. ¿Qué me decís de eso?

—Algo similar ya nos había ocurrido antes —observó Lia—. Sólo que en esta ocasión fue cuando más tiempo tardó en aproximarse y cuando más cerca llegó de nosotros antes de desaparecer.

—Algo difícil de comprender, o bien una ilusión —sugirió Myri.

—Sí, creo que eso es lo mejor que podemos decir por el momento. Miércoles: algo muy trivial, que ni siquiera vale la pena discutir. Un ser cuya estructura parecía ser completamente ósea, se aproximó a la portilla principal e hizo unos movimientos, como llamándonos por señas. Quien lo haya hecho, no es muy imaginativo. Jueves. Todos los cuerpos externos a la esfera se desvanecieron simultáneamente en todos los instrumentos, reapareciendo simultáneamente en todos los instrumentos dos horas más tarde. Esto tampoco es nada nuevo. Creo recordar algo similar. ¿Ilusión? Bien. Viernes. Unos seres parecidos a reptiles terrestres cubrieron la esfera, luchando incesantemente entre sí y comiéndose porciones de los otros. Se escucharon fuertes susurros y deslizamientos. Los sonidos, al menos, tuvieron que haber sido una ilusión, pues ahí afuera no hay aire y nunca he oído hablar de un reptil que no respire. Lo mismo se puede aplicar al suceso de ayer. Gritos humanos de dolor y extremado asombro aproximándose y alejándose. Ningún otro fenómeno visual o de otro tipo —se detuvo un momento y les miró a todos—. ¿Y bien? ¿Observáis alguna uniformidad?

—No —dijo Clovis comiendo la ensalada, pues ahora estaban sentados ante la mesa, comiendo—. Y desafío a cualquier mente humana a descubrirlas. Todo esto es arbitrario.

—Al contrario, el próximo suceso (si es que llega hoy), puede revelar una pauta inconfundible.

—El único en el que tenemos que concentrarnos —dijo Myri—, es en el objeto que se aproximó. ¿Por qué se desvaneció antes de chocar contra la esfera?

—Tenía que ser así, si es que se trataba de una ilusión —dijo Bruno, observándola fijamente.

—No del todo. ¿Por qué no podíamos tener la ilusión de algo que chocaba contra la esfera? ¿Y si suponemos que no es una ilusión?

—La próxima vez quizá aparezca un objeto que termine por chocar contra nosotros —dijo Lia.

—Eso sí que está bien —dijo Clovis, echándose a reír—. Me pregunto qué sucedería si ocurriera así. ¿No quedamos en que era una ilusión?

Todos se quedaron mirando a Bruno, como esperando una respuesta. Al cabo de un momento, éste dijo:

—Supongo que la esfera se hará mil pedazos y todos nosotros seremos arrojados al espacio. Simplemente, no puedo imaginarme cómo sería eso. Tendríamos que… Nunca nos volveríamos a ver, ni a nadie ni a nada más. No seríamos más que una masa insensible flotando para siempre en el espacio. Las posibilidades de…

—Sería algo que valdría la pena apartar de la conversación —dijo Clovis con un nuevo gesto de amabilidad, ahora que Bruno parecía sentirse desconcertado—. Seamos prácticos, aunque sólo sea para variar. ¿Cuánto tiempo tardarás esta tarde en llevar a cabo tus análisis? Hay una gran cantidad de material que tenemos que enviar a la base y yo no podré echarte una mano.

—Una hora, quizá, una vez haya realizado las pruebas finales.

—¿Y para qué esas pruebas? Todo estaba perfectamente esta mañana, cuando terminamos.

—Afortunadamente.

—Sí, afortunadamente. Una variable más y puede que hubiera resultado imposible para nosotros.

—Sí —confirmó Bruno con una actitud abstraída; después, se levantó tan bruscamente que los otros tres se le quedaron mirando fijamente—. Pero no lo hicimos, ¿no es cierto? No hubo ninguna otra variable, ¿verdad? No sucedió, ¿lo ven? Es algo que no podemos manejar.

Nadie dijo nada.

—Perdonarme. Tengo que quedarme solo.

—Si Bruno continúa así —dijo Clovis, dirigiéndose a las dos mujeres—, la base nos tendrá que enviar el relevo antes de lo que pensábamos.

Myri trató de apartar de su mente el pensamiento de la extraña conducta de Bruno cuando, media hora más tarde estaba sentada, dispuesta a trabajar en la redacción de su relato. La expresión del rostro de Bruno cuando abandonó la mesa fue algo que ella no podía clasificar. ¿Excitación? ¿Disgusto? ¿Sorpresa? Esto último era quizá lo más cercano… Sí, una especie de persistente sorpresa. Bueno, estaba segura que, tratándose de Bruno, intentaría explicarlo aquella noche, durante la cena. Desearía que fuera más agradable, porque era un hombre capaz de pensar muy bien.

Finalmente, desembarazándose de la imagen del rostro de Bruno, empezó a leer la página del manuscrito en la que había estado trabajando cuando las pantallas la interrumpieron la tarde anterior. Formaba parte de una escena algo difícil en la que una mujer se encuentra por casualidad con un hombre con el que ha estado diez años antes, con la complicación adicional que ella se encontraba en compañía del hombre con quien está ahora. La escena se desarrollaba en el restaurante de una gran ciudad.

—¡Váyase! —dijo Volsci—. O tendré que pegarle.

Norbu sonrió de un modo no muy agradable.

—¿Y de qué serviría eso? Le gusto a Irmy más que usted. Es usted más agradable, sin duda alguna, pero yo le gusto más. Me recuerda con mayor claridad poseyéndola hace diez años, que a usted la pasada noche. Soy muy bueno pensando, y eso es mucho mejor que ser agradable.

—Ella está comiendo conmigo —dijo Volsci, señalando la comida fría y las bebidas que había frente a ellos—. ¿No es cierto, Irmy?

—Sí, Irmy —dijo Norbu—. Tienes que elegir. Si no puedes permitir que los dos te poseamos, tienes que decir quién de los dos te gusta más.

Irmy miró a uno y a otro. Había tanta diferencia entre ambos que difícilmente podía empezar a tomar su decisión; uno era muy agradable; el otro algo rechoncho. Decidió que ser agradable era mucho mejor. Era algo mucho más importante y significativo…, mejor en todos los sentidos que configuraban una verdadera diferencia.

—Me quedaré con Volsci —dijo al final.

Norbu pareció sorprendido y apenado.

—Creo que estás equivocada.

—Ahora ya se puede usted marchar —dijo Volsci—. Ella le estará esperando.

—Sí —admitió Norbu, cuya expresión parecía ahora extremadamente apenada.

Irmy también se sentía apenada.

—Adiós, Norbu —dijo ella.

Myri sonrió para sí misma. Estaba bien, incluso mejor de lo que recordaba… No había motivo alguno para ser modesta consigo misma. Tenía que ser una verdadera escritora, a pesar de las chanzas de Bruno; de otro modo, ¿cómo habría podido inventarse estos personajes, tan desiguales a todos los que ella conocía, colocándolos después en una situación que se hallaba tan completamente alejada de su propia experiencia? Lo único de lo que no se sentía segura era si había acentuado demasiado o no la parte sentimental o la relacionada con ella. Quizás extremadamente apenada, refiriéndose a la expresión, era algo pesado; sustituyó las palabras por más apenada que antes. Excelente: ahora se notaba el toque justo de restricción en medio de todo el sentimiento. Decidió que podría terminar la escena con unas pocas líneas más.

—Probablemente, le veré en algún cóctel —dijo Volsci.

Terminó de escribir la frase cuando sonó el zumbador en su puerta. Levantó la mirada, frunciendo el ceño. Cruzó su pequeña habitación en forma de cuña —la pared trasera era parte de la pared exterior de la esfera, aunque no tenía portilla—, abrió la cerradura y se encontró a Bruno en el umbral. Estaba respirando con rapidez, como si hubiera estado corriendo o levantando un peso muy pesado, y observó con disgusto que había gotas de sudor sobre su gruesa piel. Él pasó junto a su lado, y se sentó sobre la cama, con la boca abierta.

—¿Qué ocurre? —preguntó Myri, disgustada.

Estaba previsto que la tarde fuera tiempo privado, a menos que se hubiera convenido algún otro plan durante el almuerzo.

—No sé lo que ocurre. Creo que debo estar enfermo.

—¿Enfermo? Pero si no puedes estarlo. Eso únicamente le ocurre a la gente en la Tierra. En una estación, nadie se pone enfermo. La base nos dijo que las enfermedades son causadas por…

—Me parece que no creo en algunas de las cosas que nos dice la base.

—Pero, ¿a quién podemos creer, si no creemos a la base?

Evidentemente, Bruno no escuchó su pregunta.

—Tenía que venir a verte —dijo—. Lia no es buena para esto. Por favor, déjame quedarme contigo. Tengo muchas cosas que decir.

—Es inútil, Bruno. Clovis es quien me posee. Creí haberte hecho comprender que yo no…

—No me refiero a eso —dijo con impaciencia—. Donde te necesito es en el proceso de pensamiento. Aunque eso está relacionado con lo otro, con la posesión. No espero que lo comprendas. Yo mismo, sólo acabo de empezar a darme cuenta.

Myri no podía comprender nada de sus últimas palabras.

—¿Pensamiento? Pensamiento, ¿acerca de qué?

Él se mordió un labio y cerró los ojos un instante.

—Escucha —dijo—. Fue el analizador el que puso en marcha mi mente en esta dirección. Ese instrumento se estropea casi cada día. Y la computadora, los contadores, los repeledores, las antenas exploradoras y todo el resto del equipo…, siempre se están estropeando, y lo mismo sucede con las fuentes de energía. Pero eso no sucede ni con el purificador, ni con el reconstituidor de fluido, o los crecedores de frutas y legumbres, o los calentadores, o la fuente principal de energía. ¿Por qué no?

—Bueno, porque son menos complicados. ¿Cómo se puede estropear un crecedor de frutas? Únicamente está compuesto por un tanque químico y otro tanque de agua. Ya le preguntaste a Lia sobre el particular.

—Está bien. En tal caso, intenta contestar a esto. Los extraños sucesos. Si se trata de ilusiones, ¿por qué siempre ocurren fuera de la esfera? ¿Por qué nunca sucede nada así en el interior de la esfera?

—Quizá ocurran —dijo Myri.

—No. No quiero que pueda ser así. No me gustaría. Quiero que todo lo que suceda aquí dentro sea real. ¿Eres tú real? No tengo más remedio que creer que lo eres.

—Claro que lo soy —ahora, ella se sentía muy intrigada.

—Y eso implica una diferencia, ¿no es cierto? Es muy importante que tú, y todo lo demás que existe en esta esfera, sea real. Pero dime una cosa: sean lo que sean esos sucesos, deben ser bastante poderosos si son capaces de engañar a nuestros instrumentos y a nuestros sentidos de una forma tan completa y consistente. Y, sin embargo, no pueden hacer nada…, nada que podamos reconocer como extraño, al menos dentro de esta pequeña e insignificante piel de acero que nos rodea. ¿Por qué no?

—Se puede suponer que tienen sus limitaciones, de lo cual deberíamos alegrarnos.

—Sí. Muy bien. Pasemos al siguiente punto. ¿Recuerdas la temporada que traté de permanecer sentado y despierto en la sala, después de la medianoche?

—Eso fue una estupidez. Nadie puede permanecer despierto después de la medianoche. Las órdenes estaban muy claras al respecto.

—Sí, lo estaban, ¿verdad? —Bruno pareció tratar de sonreír—. ¿Recuerdas que te dije que no podía recordar cómo es que estaba en mi cama, como siempre, cuando nos despertó la música? ¿Recuerdas aquella gran música? Y… esto es realmente lo que persigo: ¿recuerdas cómo todos nosotros estuvimos de acuerdo durante el desayuno en admitir que la vida en el espacio tenía que habernos condicionado, hasta el punto que quedarnos dormidos a una hora determinada se había convertido en un mecanismo automático? ¿Recuerdas eso?

—Claro que lo recuerdo.

—Muy bien. Entonces, se plantean dos cuestiones. ¿Te parece eso una explicación aceptable? ¿Te parece correcta esa especie de completo autocondicionamiento en todos nosotros… después de haber pasado unos pocos meses en el espacio?

—No me lo pareció cuando tú lo dijiste.

—Pero todos estuvimos de acuerdo en admitirlo, ¿no es cierto? Y no expresamos ninguna duda.

Myri, apoyándose contra una pared lateral, se agitó con cierto nerviosismo. Su forma de no ser agradable estaba siendo completamente nueva, una forma que la hacía desear impedirle seguir hablando, aunque se daba cuenta que Bruno estaba pensando muy bien.

—¿Cuál era tu otra pregunta, Bruno? —A ella, su propia voz le pareció poco usual.

—¡Ah! Tú también lo estás sintiendo, ¿verdad?

—No sé a qué te refieres.

—Creo que lo sabrás dentro de un minuto. Veamos la otra cuestión. La noche de la gran música transcurrió ya hace tiempo, poco después que llegáramos aquí. Sin embargo, la recuerdas con claridad. Yo también. No obstante, cuando trato de recordar lo que estaba haciendo sólo un par de meses antes, en la Tierra, terminando con mi vida allí, preparándome para esto, sólo consigo una vaga impresión. Nada aparece con claridad en mi mente.

—Será porque queda todo muy alejado.

—Puede. Pero recuerdo el viaje con bastante claridad, ¿y tú?

Myri contuvo un instante la respiración. Estoy sorprendida, se dijo a sí misma. O algo similar. Sentía el modo de mirar de Bruno cuando abandonó la mesa. Ella no dijo nada.

—Lo estás sintiendo ahora mismo, ¿verdad? —La estaba observando atentamente, con sus estrechos ojos—. Déjame que intente describirlo. Una sorpresa que sigue y sigue. Perplejidad. Síntomas de esfuerzo físico, o de tensión. Y por encima de todo eso una…, una especie de incomodidad, que sólo se siente en la mente. Como cuando se aprieta un objeto agudo contra el cuerpo, sólo que esto ocurre en la mente.

—¿De qué estás hablando?

—Se trata de una dificultad de vocabulario.

En aquel momento, el altavoz situado sobre la puerta se puso en marcha con un clic, y sonó la voz de Clovis:

—Atención. Suceso extraño. Reunirse inmediatamente en la sala. Suceso extraño.

Myri y Bruno dejaron de mirarse el uno al otro y echaron a correr por el estrecho pasillo. Clovis y Lia ya estaban en la sala, mirando por la portilla.

Al parecer, y sólo a unos pocos metros de distancia del cristal acerado, e iluminadas por alguna fuente invisible de energía, había dos figuras flotantes. El detalle era excelente y desde el interior de la esfera se podía distinguir sin ninguna dificultad cada uno de los pliegues de la piel desnuda de las dos caricaturas de humanidad que se les presentaban, al parecer para que cada uno de ellos pudiera inspeccionarla detalladamente…, una suposición confirmada por la lenta rotación de la pareja, que les permitía escudriñar cada una de sus partes. A excepción de una pequeña cantidad en la base del cráneo, las figuras no tenían pelo alguno. Los miembros eran escorzados, faltándoles los estrechamientos normales en las juntas, y los vientres eran protuberantes. Una de las figuras tenía características masculinas, y la otra femeninas, aunque en ninguno de los dos casos eran completas. Desde cada una de las bocas abiertas, húmedas, sin dientes y estremecidas, surgía un grito en voz alta, claramente audible, más elevado que cualquier otro de los que habrían podido producirse en el interior de la esfera, dotados además de una gama emocional nada familiar.

—Bueno, me pregunto cuánto durará esta vez —dijo Clovis.

—¿Te parece que vale la pena intentar actuar sobre ellos con los repeledores? —preguntó Lia—. ¿Qué indica el radar? ¿Les ve?

—Iré a dar un vistazo.

Bruno se volvió, dando la espalda a la portilla, y dijo:

—No me gusta verlos.

—¿Por qué no? —Myri se dio cuenta que Bruno estaba sudando de nuevo.

—Me recuerdan algo.

—¿Qué?

—Estoy tratando de pensar.

Pero aunque Bruno siguió tratando de pensar durante el resto del día, con tan evidente seriedad que hasta el propio Clovis hizo todo lo que pudo para ayudarle con sugerencias, ni siquiera se había acercado a una solución cuando las extrañas figuras desaparecieron, como era su costumbre, cinco minutos antes de la medianoche. Y cuando, durante los dos días siguientes, Myri le mencionó la tarde de las caricaturas, Bruno mostró poco interés por ellas.

—Bruno, eres extraordinario —le dijo una noche—. ¿Qué ocurrió con aquellas extrañas sensaciones que parecías tan ansioso por querer describirme poco antes que Clovis nos llamara a la sala?

Bruno encogió sus estrechos hombros con el movimiento casi femenino con que acostumbraba a hacerlo.

—¡Oh! No sé lo que pudo pasar en mi interior —dijo—. Supongo que me sentía enojado con ese maldito analizador y por la forma en que se estropea continuamente. Desde entonces, todo parece haber ido mucho mejor.

—¿Y todos aquellos pensamientos que trataste de expresar?

—Fue una verdadera pérdida de tiempo.

—Seguramente no lo fue.

—Sí. Estoy de acuerdo con Clovis. Que la base se encargue de pensar.

Myri se sintió desilusionada. El escuchar a Bruno renunciando a la tarea de pensar parecía ser el final de algo. Esta sensación le quedó poderosamente subrayada cuando, algo después, el altavoz de la sala emitió un sonido. Sin ninguna clase de preámbulos, a excepción del sonido usual del clic, una voz extraña dijo:

—Atención, por favor. Aquí la base, llamando para intercomunicación.

Todos ellos levantaron la mirada con gran sorpresa, especialmente Clovis, quien le dijo rápidamente a Bruno:

—¿Es posible esto?

—¡Oh, claro que sí! Han estado experimentando —contestó Bruno con gran rapidez.

—Quizá resulte irónico —siguió diciendo la voz— que la primera transmisión que somos capaces de enviarles por los presentes medios, sea también la última que recibirán. Durante algún tiempo, el mantenimiento de las estaciones espaciales ha sido antieconómico, y se acaba de tomar la decisión de no continuar su trabajo. En consecuencia, no enviarán ningún informe más, de ninguna clase, aunque pueden seguir haciéndolo si lo desean, quedando bien entendido que nadie les estará escuchando. Afortunadamente, en muchos casos ha sido posible recoger al personal de las estaciones y hacerlo regresar a la Tierra; en otros casos, sobre todo cuando se trata de tripulaciones que se encuentran en partes muy alejadas de la galaxia, se imponía una prohibitiva expedición en cuanto a tiempo y esfuerzo. Siento decirles que su estación es una de ésas. En consecuencia, nunca serán relevados de sus puestos. Aquí, todos nosotros confiamos en que ustedes responderán con dignidad y recursos a esta nueva situación.

»Antes que cortemos la comunicación definitivamente, quiero señalar una última cosa. Implica una revelación que puede ser tan mal recibida, que sólo de muy mala gana la comunico. Sin embargo, mis colegas insisten en que quienes se encuentran en su situación actual, merecen, por su propio interés, conocer toda la verdad. Debo comunicarles que, al contrario de lo que les hicimos creer, no hemos recibido informes de ninguna otra estación cuyo contenido se parezca lo más mínimo a lo que ustedes cuentan sobre los extraños sucesos de los que dicen haber sido testigos. Se consideró normal engañarles al respecto con el propósito de mantener su moral. Pero ahora ya ha pasado el momento de los engaños. Son ustedes únicos y, dentro de la variedad del género humano, ésa no es una distinción precisamente pequeña. Estén orgullosos de ella. Adiós para siempre.

Permanecieron sentados, sin hablar, hasta cinco minutos antes de la medianoche. Por mucho que lo intentó, Myri no pudo concebir su futuro, y a la mañana siguiente no tuvo mejor éxito. Nadie tuvo el tiempo libre necesario para comprender y aceptar su aislamiento permanente, porque al mediodía comenzó una nueva serie de extraños sucesos. Myri y Lia se encontraban en la cocina, preparando el almuerzo, cuando Myri, al abrir el armario donde estaban guardados los platos, se encontró con una criatura aplanada y rojiza, dotada de muchas patas y de un par de pinzas de tamaño desigual. Lanzó un jadeo, casi un grito de asombro.

—¿Qué pasa? —preguntó Lia mirando rápidamente y añadiendo después, en voz más alta—: ¿Está vivo?

—Se está moviendo. Llama a los hombres.

Hasta que llegaron los demás, Myri se quedó simplemente mirando aquella cosa. Descubrió que su labio inferior estaba temblando de una forma muy curiosa. Ahora dentro, seguía pensando. Ya no sucede fuera, sino dentro.

—Déjame echar un vistazo —dijo Clovis—. Ya veo. Pásame un cuchillo o algo —le dio un golpe a la criatura, produciendo un sonido seco, como si se tratara de un hueso—. Bueno, esto actúa por procedimientos táctiles, orales y visuales. Una ilusión bastante completa. Si es que se trata de eso.

—Tiene que ser así —dijo Bruno—. ¿No lo reconoces?

—Hay algo familiar en él; al menos, eso es lo que supongo.

—¿Supones? ¿Quieres decir que ya no reconoces a un cangrejo cuando lo ves?

—¡Oh, claro! —exclamó Clovis con una mirada ligeramente aborregada—. Ahora lo recuerdo. Un animal terrestre, ¿verdad? Vive en el agua. Así es que tiene que tratarse de una ilusión. Por lo que sé, los cangrejos no cruzan el espacio, y aun cuando fuera así, le habría costado su tiempo abrirse paso a través de la piel de la esfera.

Su actitud y el tono sensato de su voz ayudaron a Myri a desprenderse de su asombro, y fue ella quien sugirió que el cangrejo fuera arrojado por la rampa de desperdicios. Durante el almuerzo, dijo:

—Fue una ilusión notablemente concreta, ¿no creéis? Me pregunto cómo fue proyectada.

—No vale la pena preguntarse eso —le dijo Bruno—. ¿Cómo lo vamos a poder saber? ¿Y de qué nos serviría si llegáramos a saberlo?

—El conocer la verdad tiene su valor.

—No te comprendo.

En aquel instante regresó Lia con el café.

—El cangrejo ha vuelto —dijo—. O, al menos, hay otro allí, no lo sé.

Durante el resto del día, y hasta un total de once, aparecieron más cangrejos, o simulacros de ellos, a intervalos. Según dijo Clovis, parecía como si la técnica de producir la ilusión tuviera sus limitaciones, sobre todo desde el momento en que ninguno de ellos vio materializarse a ningún cangrejo; los que iban apareciendo eran «descubiertos» bajo una cama, o tras una serie de aparatos. Por otra parte, la ilusión producida era muy vívida, según admitieron todos cuando Myri, al arrojar al octavo cangrejo por la rampa de desechos, fue mordida en un dedo, sintió dolor y le brotaron unas pocas gotas de sangre.

—Una nueva fase —dijo Clovis—. Un proceso físico ilusorio empleado en la persona de uno de nosotros. Al parecer, están mejorando.

A la mañana siguiente aparecieron los insectos. Descubrieron que la sala principal de aparatos estaba infestada con lo que, nuevamente ante la inmediata sugerencia de Bruno, fueron reconocidos como cucarachas. A la hora del almuerzo ya había mariposas y escarabajos voladores en todas las habitaciones principales, y por la noche empezó a notarse la presencia de una serie de grandes moscas. Toda su atención se concentró en evitar a estas criaturas en la medida de lo posible. Pasó el día sin que Clovis le pidiera a Myri estar con ella. Esto nunca había sucedido con anterioridad.

A la tarde del día siguiente surgió un nuevo problema cuando Lia anunció que el jardín ya no contenía ninguna fruta y ninguna verdura…, ninguna, al menos, que ella pudiera percibir con sus sentidos. Los otros tres se mostraron de acuerdo con esta apreciación. Clovis expresó con palabras las sensaciones de todos los demás cuando dijo:

—Si esto es una ilusión, debemos admitir que se trata de algo tan efectivo como la realidad, porque unas frutas y unas verduras que no se pueden encontrar, es lo mismo que decir que no existen.

Durante la cena, consumieron todos los alimentos que les quedaban. Poco después de las dos de la madrugada, Myri fue despertada por la voz de Clovis, que, a través del altavoz, decía:

—Atención todo el mundo. Suceso extraño. Reunirse inmediatamente en la sala.

Aún se dirigía hacia allí, cuando se dio cuenta de algo que se superponía al silencio al que se había acostumbrado. Era un silencio algo más profundo, como si hubiera cesado algún sonido que se encontrara en el límite de lo audible. Debajo de ella se notaban unas vibraciones poco familiares.

Clovis estaba ante la portilla, mirando a través de ella con gran interés.

—Mira eso, Myri —dijo.

A una distancia imposible de calcular, se había hecho visible una especie de luz oblonga, de aproximadamente un grado de anchura y quizá dos veces y media más alta. La luz mostraba poseer una calidad comparable a la que iluminaba el interior de la esfera. De vez en cuando parpadeaba.

—¿Qué es? —preguntó Myri.

—No lo sé. Acaba de aparecer ahí. —Entonces, debajo de ellos, el suelo se estremeció violentamente—. Eso fue lo que me despertó, uno de esos temblores. ¡Ah! Aquí estás, Bruno. ¿Qué piensas de todo esto?

Los ojos grandes de Bruno se abrieron aún más, pero no dijo nada. Un instante después llegó Lia, uniéndose al silencioso grupo que miraba por la trampilla. La esfera experimentó otra vibración. En la cocina, algo cayó al suelo y se rompió. Después, Myri dijo:

—Puedo ver lo que parecen ser unos escalones que bajan a partir de la esquina inferior de la luz. Tres o cuatro escalones, o quizá más.

Apenas había terminado de hablar cuando una sombra apareció ante ellos, proyectada por el rectángulo de luz hacia una superficie que ninguno de ellos pudo identificar. La sombra les pareció de una extraordinaria enormidad, pero quedaba fuera de toda duda que se trataba de un hombre. Un momento después, el hombre apareció a la vista, silueteado por la luz, y descendió los escalones. Al cabo de otro momento se encontraba evidentemente a pocos metros de distancia de la portilla, mirándoles y con sus propias luces sobre la mitad superior. Era un hombre bien constituido, que llevaba un uniforme gris y un casco de metal. De su hombro colgaba un objeto que se podía reconocer como un arma de fuego. Mientras él les observaba, otras dos figuras equipadas del mismo modo bajaron los escalones y se le unieron. Tras un instante, el primero se movió hacia su derecha, apartándose de la vista; sus movimientos parecían los de una persona que está caminando sobre una superficie nivelada.

Ninguna de las cuatro personas del interior se movió ni dijo nada, ni siquiera al escuchar el sonido de unos pesados pernos que eran corridos en la sección de la pared exterior, situada directamente frente a ellos; ni siquiera cuando toda la sección se apartó de ellos como si fuera una puerta abriéndose hacia el exterior, ni cuando los tres hombres penetraron en el interior de la esfera. Dos de ellos se habían descolgado las armas de los hombros.

Myri recordó una ocasión, varias semanas atrás, en la que estaba agachada en la cocina y al levantarse se pegó con la cabeza contra la puerta de un armario que Lia había dejado abierta. La sensación que experimentaba ahora era similar, excepto por el hecho que no tenía sensaciones físicas particulares. Por el fondo más alejado de su mente pasó otro recuerdo, éste mucho más débil: alguien había tratado alguna vez de explicarle la similitud entre un cierto estado mental y la sensación física de incomodidad, y ella no había comprendido. El recuerdo se desvaneció inmediatamente.

El hombre al que habían visto primero, dijo:

—Súbanse las mangas, todos.

Clovis se le quedó mirando con menos curiosidad que la sentida pocos minutos antes, cuando Myri se le unió en la portilla.

—Es usted una ilusión —dijo.

—No, no lo soy. Súbanse las mangas, todos ustedes.

Les observó atentamente mientras ellos obedecían, impacientándose ante la lentitud con que se movían. Uno de los hombres que se había descolgado el arma del hombro, dijo:

—No seas duro con ellos, Allen. No tenemos ni idea de lo que han pasado.

—No quiero correr ningún riesgo —dijo Allen—. Al menos, después de ver esa multitud en los árboles. Y ahora escuchen: todo esto es por su bien —dijo, dirigiéndose a los cuatro—. Estense quietos un momento. Está bien, Douglas.

El tercer hombre se adelantó hacia ellos, sosteniendo lo que Myri reconoció como una aguja hipodérmica. La asió firmemente por su brazo desnudo y le puso una inyección. Inmediatamente, sus sensaciones se alteraron en el sentido que, aun cuando seguía percibiendo incomodidad en su mente, ni eso ni cualquier otra cosa parecía importarle.

Al cabo de un momento, escuchó al hombre joven decir:

—Ahora, ya puede bajarse la manga. Puede estar completamente segura que no le sucederá nada malo.

—Venga con nosotros —dijo Allen.

Myri y los demás siguieron a los tres hombres, saliendo fuera de la esfera; caminaron sobre un suelo duro y arenoso que podía haber sido de cemento, y subieron los escalones, recorriendo una distancia de unos diez metros. Penetraron en un pasillo dotado de luz artificial y después en una habitación en la que brillaba el sol. Había veinte o treinta personas en la sala, algunas de las cuales llevaban el uniforme gris. De vez en cuando, las paredes se estremecían, del mismo modo que lo había hecho la esfera, pero en esta ocasión con el acompañamiento de distantes explosiones. De vez en cuando también se podía escuchar un débil tableteo de armas de fuego.

La voz de Allen dijo:

—Intentemos poner un poco de orden. Douglas, vete a ver a la gente del tanque de agua. Han sido acondicionados para creer que son congénitamente acuáticos, así es que será mejor que les saques de ahí inmediatamente. Holmes ya está vaciando el tanque. Puedes irte. Ahora tú, James, quédate vigilando a este grupo mientras yo trato de buscar unos cuantos más. Quisiera que esos tipos del equipo psicológico vinieran cuanto antes…, estamos trabajando en la oscuridad —su voz se fue alejando de ellos—. Sargento…, saque a estos cinco de aquí.

—¿Adónde los llevo, señor?

—No me importa adónde… Sólo quiero que salgan de aquí. Y vigíleles.

—Todos ellos han estado disparando, señor.

—Lo sé, pero vigíleles. Ahora, ya no son humanos. Y no vale la pena intentar hablar con ellos. Han quedado privados del lenguaje. Ésa es la causa de su estado. Y ahora, sáqueles de aquí inmediatamente.

Myri miró lentamente al hombre joven que estaba de pie cerca de ellos: James.

—¿Dónde estamos? —le preguntó.

James dudó un instante.

—Se me ha ordenado que no le diga nada —contestó—. Se supone que debe usted esperar la llegada del equipo psicológico para que la trate.

—Por favor.

—Está bien. Esto supongo que no puede hacerle ningún daño. Ustedes cuatro y otra serie de grupos han sido los sujetos de varios experimentos. El edificio es parte de la Estación Especial de Investigación del Bienestar, número 4. O más bien lo fue. El gobierno que la construyó ya no existe. Ha sido derribado por el ejército revolucionario, del cual yo soy miembro. Tuvimos que abrirnos paso hasta aquí a la fuerza y aún continúan los combates.

—Entonces, ¿no estábamos en el espacio?

—No.

—¿Y por qué nos hicieron creer que estábamos?

—Aún no lo sabemos.

—¿Y cómo lo hicieron?

—Mediante alguna nueva forma de hipnosis profunda. Eso es lo que parece, al menos. Una forma que probablemente se renueva a intervalos regulares. Además de varios aparatos para producir ilusiones. Aún estamos trabajando en eso. Y ahora creo que ya ha hecho suficientes preguntas por el momento. Lo mejor que puede hacer es sentarse.

—Gracias. ¿Qué es la hipnosis?

—¡Oh! Desde luego han acumulado una gran cantidad de conocimientos sobre eso. Se le explicará todo más tarde.

—James, ven acá y echa un vistazo a esto, ¿quieres? —llamó la voz de Allen—. Yo no puedo sacar mucho en limpio.

Myri siguió un poco a James. Entre un murmullo de voces, algunas de las cuales hablaban lenguas que no le eran familiares, escuchó a James preguntar:

—¿Es éste el fichero correcto? ¿Eliminación por temor?

—Tiene que serlo —contestó Allen—. Aquí está la última anotación completa. Supresión de Bruno V y sustitución de Bruno VI, realizadas, junto con ajuste de memoria de otros tres sujetos. Memorándum al Centro de Preparación: evitar repetición del tipo de personalidad de Bruno V, con fuertes impulsos de curiosidad. Habían empezado a establecerlo, ¿eh? Me pregunto qué harían con él.

—Está ese hospital psiquiátrico al otro lado del camino; aún están investigando; quizá esté allí.

—No cabe la menor duda que estará con los Brunos I al IV. Pero eso no importa por el momento. Mira. Procedimientos: penúltima fase. Eliminación de todo tipo de confianza; ruptura de la comunicación; denegación total de cambio prospectivo; inculcación del síndrome de la «singularidad»; el ambiente muestra ser violable; crisis desconocida en perspectiva (privación de alimentos). Puedo comprender esa última observación. Sin embargo, no parece que se estén muriendo de hambre.

—Quizá sólo acababan de comenzar con ellos.

—Les alimentaremos dentro de un momento. Sin embargo, todo esto es superior a mi entendimiento. Reacciones. Pocos cambios. Respuestas pobres. Empobrecimiento acelerado de la vida emocional y de su vocabulario: compárese porción de la novela escrita por Myri VII con las contribuciones de sus predecesoras. Prognosis: continúa el deterioro afectivo; apatía catatónica; fracaso del experimento. ¡Vaya! Eso, por lo menos, es un alivio. Pero ¿qué tiene que ver todo esto con la eliminación por temor?

Dejaron de hablar de repente, y Myri siguió la dirección de su mirada. Se había abierto una puerta y el hombre llamado Douglas estaba vigilando la entrada de otros, cada uno de los cuales sostenía o llevaba una forma humana envuelta en una manta.

—Debe tratarse del grupo del tanque —dijo Allen, o James.

Myri observó mientras los que estaban envueltos en las mantas eran instalados lo más cómodamente posible en sofás o en el suelo. Uno de ellos, sin embargo, permaneció totalmente envuelto en su manta, sin que nadie le prestara ninguna atención.

—Ese lo tiene, ¿verdad?

—Me temo que es un shock —la voz de Douglas parecía insegura—. No pudimos hacer nada. Quizá no debiéramos haber…

Myri se detuvo y apartó una punta de la manta. Lo que vio le resultó mucho más extraño que cualquier otra cosa experimentada en el interior de la esfera.

—¿Qué le sucede? —le preguntó a Jim.

—¿Que qué le ocurre? Puede usted morir de un shock, ya lo sabe.

—¿Que puedo qué?

Myri se quedó mirando fijamente a James y se dio cuenta que su rostro había quedado distorsionado por una mezcla de expresiones. Una de ellas era de comprensión; en cuanto a las otras, el verlas resultaba doloroso. Eran como reproducciones de lo que ella misma estaba sintiendo. Su visión se oscureció y echó a correr por la sala, siguiendo el camino por donde habían venido; bajó los escalones, atravesó el piso y regresó a la esfera.

James no conocía la disposición de las habitaciones del edificio y no la alcanzó hasta que ella tomó el manuscrito de su novela, se lo apretó contra el pecho, cruzando los brazos sobre él, y cayó sobre la cama, con las rodillas dobladas todo lo que podían estar y la cabeza en posición baja, como estuvo antes de su nacimiento, un suceso del que ella no sabía nada.

Aún se encontraba en la misma posición cuando, días más tarde, alguien se sentó pesadamente a su lado.

—Myri. Tienes que saber quién soy. Abre los ojos, Myri. Sal de ahí.

Después que el hombre hubiera repetido lo mismo varios cientos de veces, con la misma voz amable, ella abrió los ojos un poco. Estaba en una sala larga y alta, y cerca de ella se encontraba un hombre rechoncho de piel pálida. Le recordó algo que tenía que ver con espacio y con pensamiento. Volvió a cerrar los ojos con fuerza.

—Myri. Sé que me recuerdas. Vuelve a abrir los ojos.

Ella los mantuvo cerrados, mientras él seguía hablando:

—Abre los ojos. Estira el cuerpo.

Ella no se movió.

—Estira el cuerpo, Myri. Te amo.

Lenta, muy lentamente, sus pies se fueron estirando sobre la cama y su cabeza empezó a elevarse poco a poco…

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